martes, 7 de junio de 2011

UN LIBRO A CAMBIO DE UN CORTE DE PELO

Acabo de cambiar un ejemplar de KOPI LUWAK por un corte combinado de barba y pelo. Y lo he firmado mientras una gota de agua de colonia caía sobre la página donde le hacía una dedicatoria a don Pedro Domínguez, barbero de profesión y escritor de vocación. Me sentí más orgulloso que si hubiera vendido diez mil ejemplares en la primera semana de su distribución a librerías.
Sostiene don Pedro que el libro bien lo merecía, que él reconocía los inicios bien escritos,  que ya había leído “ El anillo del pulpo” y éste le parecía mejor. Yo callé, cobarde bajo sus tijeras trasquilando mi barba, peligrosamente cerca para oponerme.
Regenta don Pedro una antigua barbería en la carretera principal de Tamaraceite junto con su hermano, pintor de paisajes murales en la propia barbería. El edificio donde está situada debe tener más de ciento cincuenta años y está edificado sobriamente con el canto blanco de la zona y los dinteles de cantería de basalto. No tienen ningún cartel en la fachada que indique que es un barbería, pero todo el mundo sabe que lo es.
En ese lugar se reúnen músicos, poetas y pintores de cierta edad con la excusa de pelarse o afeitarse. Es rara la ocasión en la que alguien no lleve una guitarra para que se la afinen, un libro para que se lo lean o un artículo de periódico de los pocos que se van publicando para criticar a éste o aquél;  se discute con ardor sobre si Plácido Fleitas era mejor escultor que Chirino, que si Jorge Oramas también era barbero antes que pintor o cualquier tema de la actualidad política, aunque últimamente hay una cierta desgana cuando se cita a los Mariano, José Luis o Paulino.
Desde niño recuerdo que ir a cortarme el pelo era una tortura. Sobre todo me fastidiaba algún torpe y zafio fígaro que se pasaba la faena fumando y despotricando de vecinos y vecinas. Por eso siempre he evitado aquellas barberías donde el personal buscara conversación sin ton ni son, aquellas donde reinara el cotilleo o el exagerado futbolerismo.
Tengo una especial querencia por las que conservan los viejos asientos anatómicos, con la pátina de los años y los brazos metálicos lacados en blanco. Si además conservan otro mobiliario y su decoración tradicional, así como -al menos- parte de sus herramientas, entonces las sitúo mentalmente en mis planos de situación para ser evaluadas. Aquellas que reunían estos requisitos, eran inspeccionadas  por mí para averiguar si los  profesionales también conocían su oficio y el difícil arte de empatizar con un cliente tan peculiar como yo.
La mayoría de las que cumplían los requisitos han ido cerrado por jubilación o fallecimiento de sus dueños o han sido transformadas y modernizadas por herederos de distintos pareceres.
Afortunadamente, desde hace varios años no he tenido que buscar ninguna nueva barbería y acudo regularmente a que don Pedro y su hermano me aligeren de pelo y me surtan de inspiración. Cada vez que recorto mis cabellos me llevo bajo el brazo alguna rica anécdota o una de las mejores críticas literarias que se despachan por estos alrededores.
En suma, que la barbería de don Pedro es de una clase especial, un lugar donde estoy orgulloso de que hayan aceptado un libro mío a cambio de recortarme el pelo y las barbas.

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