sábado, 19 de enero de 2013

LA ROSA


Ayer por la tarde había una solitaria rosa presidiendo la entrada de los apartamentos. Algún alma sensible –quizás un turista- había cogido una botella verde de refresco, le quitó las etiquetas que la identificaban, rodeó el plástico con una cinta roja a modo de adorno simple, la llenó de agua, puso dentro una modesta rosa roja y la posó sobre la antigua mesita de la vieja recepción, dando un poco de color y belleza al frío vestíbulo de la casa.

Esta mañana ya no estaba. No estaba la rosa, porque el improvisado florero seguía allí, a modo de testigo de una acción mezquina. Alguien pensó que esa flor anónima era demasiado bonita para dejarla donde estaba para el bien común de todos los que el edificio habitamos. Se la llevó –supongo que para su propia casa- pensando: “lo que es de todos no es de nadie; y si no es de nadie, mejor la cojo yo, antes de que lo haga otro con menos méritos que yo.”

Contrasta esta actitud con la de aquellos que dejan sobre la misma mesita libros de todo tipo para que sirvan de improvisada biblioteca de intercambio. La mayoría de las veces son libros, revistas y periódicos extranjeros que dejan sus lectores para que otros disfruten de los textos que ellos ya han leído. Los inquilinos del edificio se dividen casi  a partes iguales entre los residentes locales y los turistas que pasan los fríos meses invernales cerca de Las Canteras. Pero esa proporción no se divide de igual manera entre los que comparten sus lecturas y los que no.

La inmensa mayoría de los libros y periódicos son finlandeses, escandinavos o alemanes. Casi nunca hay ejemplares en español, salvo cuando nosotros dejamos algún ejemplar de la prensa nacional o alguna señora retirada se desprende de los ejemplares atrasados de la prensa rosa (me atrevo a confesar que eso me sirve para saber de las andanzas de éste o aquél personajillo y de no perder de vista quién es quién en la farándula vergonzosa de las televisiones).

Mientras escribo esto, después de una semana de gripe, el viento se levanta feroz y frío desde el norte, trayendo esquirlas de invierno y noticias de (más) corrupción política, donde algunos supuestamente se han llevado a Suiza algo más que flores.

La situación me deprime tanto que mañana mismo compraré una flor para colocar en su lugar del vestíbulo.

lunes, 14 de enero de 2013

HACIENDO POR LA VIDA COMO EL BURRO POR LA ALBARDA


Algún amigo me ha preguntado que qué estoy haciendo en estos primeros días del año 2013. Le he respondido con uno de esos chascarrillos propios de mi madre, “haciendo por la vida como el burro por la albarda”.
Y después me he parado a pensar el significado profundo del término. Los nobles burros se utilizaron tradicionalmente para hacer el trabajo duro y pesado de cargar con fardos y mercancías hasta bien entrado el siglo XX e, incluso, para arar el campo, como pude observar yo mismo en El Tablado de Juncalillo de Gáldar en el otoño de 1984. (Debo tener una diapositiva por algún sitio...)
Ese año estuve destinado en la escuela unitaria que la nomenclatura de la naciente Consejería de Educación denominaba Barranco Hondo de Arriba. Por aquellos pagos anduve un par de años, enseñando en la escuela rural y aprendiendo de telares, cuevas antiguas y pinares nuevos hasta que me dio por regresar a la ciudad dos años más tarde; aunque eso sea parte de otra historia.
Pues bien, el comentario que le hice a mi amigo me llevó a lomos de asno hasta la dureza de la vida en el campo. En estos días las penurias no sólo las sufren los pocos pollinos que van quedando en estas ínsulas atlánticas sino que somos las personas las que nos hemos despertado de una aparente bonanza para afrontar una crisis sin precedentes cercanos, erosionando el Estado Social de Bienestar hasta convertido en una barranquera de desahucios, pérdidas de derechos y beneficios sociales.
Después de sobrevivir al falso fin del mundo maya, me encontré una boleta de multa en el cristal de uno de mis coches “clásicos” (viejos, para los que no están avisados): Después de haberme gastado unos dineros exagerados en repararlo, el pobre vehículo sigue sin estar bien del todo y decidí dejarlo aparcado en la puerta de mi casa hasta ver si los tiempos mejoraban y podía hacer frente a la reparación de la bomba de embrague, la caja de la dirección hidráulica y alguna minucia más.
Como quiera que en mi calle no hay demasiado tráfico y los pocos vecinos del lugar no tenemos problemas de aparcamiento, lo he dejado algún tiempo allí (cuidando, eso sí, de limpiar con regularidad los derredores y los bajos del coche para que los celosos barrenderos no se quejaran).
A la espera de poder repararlo y, dado que no tengo garaje para él, soporta con dignidad la intemperie a la puerta de casa. Pero, hete aquí que un agente municipal de policía debió notar que el vehículo no se movía demasiado y tiró de bloc de multas y le aplicó al coche un oscuro artículo de la normativa municipal de vías y obras para multarme con 80 euros por “dejar estacionado el vehículo más de 48 horas en el mismo lugar”.
Me sentí, como se pueden imaginar, enojado con el celo del agente y con los munícipes que tal normativa han ideado y armándome de paciencia decidí recurrir la multa en cuestión, argumentando parte de lo que aquí ya he contado y que además la calle donde resido no es muy transitada ni aparcada por muchos vehículos y que la normativa citada puede ser necesaria en otros barrios o en algunos de los centros comerciales o residenciales de la ciudad pero no donde está mi coche de 1973
Redacté el recurso recurriendo a los argumentos de un escribidor y no a los de un letrado, que no sé si el letrado soy yo y el otro debe ser un abogado. Lo cierto es que mi recurso abogaba por el sobreseimiento y archivo de la multa por injusta e injustificada.
Por supuesto, soy consciente que tengo tantas posibilidades de conseguir la anulación de la sanción como de que el burro se libere de su albarda.
Dio la casualidad de que el día que pude acercarme a uno de los registros municipales del Excelentísimo Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, era el 31 de diciembre de 2012.
Ese día, confieso mi ignorancia y como veremos a continuación la de otros ciudadanos, nos encontramos con la sorpresa de que todas las oficinas municipales estaban cerradas –sin aviso visible- por puente o por que el año se acababa en pocas horas o por oscura tradición. Todas estaban cerradas, excepto la central.
Así que después de primer chasco, me dirigí a la sede central de las oficinas municipales, situada en el antiguo hotel Metropole. Allí, el panorama era desolador: varias decenas de personas esperaban su turno ante dos valientes funcionarias que hacían operativos y lentos los registros. Además de ellas, sólo estaba un policía municipal con cara de cansancio. 

El edificio estaba sin otra actividad que la del registro y, para colmo de males, no funcionaban las pantallas que exponían los números de espera de turno.Aquello tenía una pinta ominosa, quizás aumentada por unos carteles donde una guapa señorita con el dedo índice sobre los labios nos decía: “Por el bien de todos, baje la voz”, advirtiéndonos de que mejor nos quedábamos calladitos por si venía el hombre del saco o si hablábamos mucho los Reyes Magos nos traerían carbón.
Yo no sé si fue el cartel o que los que estábamos allí en civilizada espera nos íbamos intranquilizando con el paso del tiempo y la lentitud con la que las dos funcionarias atendían a las más de cuarenta personas, ya que la amenaza que aproximaba las trece horas del cierre de las ventanillas se acercaba inexorablemente.
En eso llegó una tercera funcionaria con cara de “yo me iba mejor a preparar los festejos de final de año”, decidió decir aquello de “Que pase el siguiente”.
Ni que decir que nadie se movió, pues la carencia de terminales para poder saber por qué número exacto iba “el siguiente” impedía que ninguno de los presentes diese un paso al frente.
Lo peor ocurrió cuando la recién llegada dijo: “pues si no viene nadie, yo me voy, que sólo vine para ayudar…”
Hubo un conato de motín instantáneo: varios de los presentes nos levantamos diciendo que ella (ellos) eran los encargados de controlar el orden de atención y no los ciudadanos que estábamos allí sufriendo la falta de atención.
Quizás fue el espíritu navideño o la buena voluntad del policía que llegó ostentando pachorra y mano izquierda o que uno de los presentes con un arete de pirata en la oreja izquierda se prestó para ir diciendo en voz alta el número de orden.
El asunto se fue calmando, sobre todo, porque la cola se fue disminuyendo con rapidez, tanto porque la nueva funcionaria de refuerzo incrementó en un 50% el ritmo anterior o porque muchos habían abandonado la sala después de una espera descorazonadora.
Así que cuando llegó al número 74, me tocó el turno a mí y pude sellar el recurso a la multa, después de haber perdido casi toda la mañana para que me la sellaran.
No me fui de allí sin tomar un par de fotos del cartelito municipal recomendándonos que bajemos la voz. Así que desde aquí hablo bajito y cuelgo esta entrada para quien quiera leer entre líneas, lea. Porque lo que es la multa dudo que sea sobreseída, que es tiempo de vacas flacas y el Ayuntamiento necesita recursos para cerrar los días 24 y 31 de diciembre, entre otras minucias, mientras la mayoría de ciudadanos deben penar para ganarse el pan.