sábado, 25 de junio de 2011

LAS CASUALIDADES Y EL DESTINO

Después de varios intentos en vano, vuelvo a escribir entre líneas para el blog de mis entrañas. El pasado jueves presenté KOPI LUWAK en el Gabinete Literario, acompañado de amigos y sonorizado por GRÉBEDE-SAX.
Jorge Liria me entrevistó en directo, sonsacándome detalles y pormenores del libro. Como le dije allí, imagino que añora los tiempos de la literatura periodística y aprovechó la oportunidad para desentumecer su talento, sacándome informaciones y datos para el provecho de la audiencia.
Todavía recuerdo cuando me lo encontré hace siete años, una mañana de casualidad, bajo la estatua de Tomás Morales y me dijo que había dejado la redacción de La Provincia y se lanzaba a la carrera de editor. Yo volvía de no sé qué Mesa de Negociación, atribulado por las cargas sindicales y perdido para la literatura. Le dije que tenía el manuscrito de El anillo del pulpo encerrado en el sótano de mi casa.
A los pocos meses vi cómo reeditaba la vieja novela que compuse hace veinte años para un concurso literario de cuyo nombre no quiere acordarme.
Así, por casualidad, volví a la vida literaria, de la mano de Anroart y los hermanos Liria. Desde ese momento, mi vida empezó a cambiar: comencé a planear mi dimisión de las tareas sindicales y la vuelta a una vida más espiritual. Probablemente, la casualidad de ese encuentro marcó varios cambios trascendentales en mi vida.

Al día siguiente de la presentación de mi libro me enteré de la trágica muerte de mi compañero José Manuel Mendoza, arrollado por un conductor borracho a pocos metros de la escuela donde había ejercido su magisterio durante quince años.
La pérdida de José Manuel nos dejó con la terrible sensación de la muerte prematura e imprevista: vacío e impotencia. José Manuel, por su parte, nos dejó un aula que había convertido en un castillo encantado, un jardín florido y su recuerdo imperecedero en quince promociones de niños felices, de jóvenes responsables y de amigos, todos huérfanos de él en la zona de Los Altos de la Milagrosa.
Amaba la libertad del aire y el vuelo libre. Cuando sus obligaciones se lo permitían se alzaba en su parapente o en su ala delta por encima del terreno, viendo el mundo desde la altura, sintiendo la caricia del viento en su cara curtida o rodando como un caballero andante en su bicicleta por los abruptos senderos de la isla. Tuvo varios accidentes serios que no le impidieron volver a subirse a los vehículos que le permitían volar.
En uno de mis últimos recuerdos lo veo sentado en posición de loto rodeado de pequeños de tres y cuatro años embobados, a quienes les contaba un cuento de hadas ilustrado con troqueles en relieve. Las asombradas miradas infantiles se imaginaban el aleteo de las hadas en la voz de José Manuel. Pocos sospechaban –yo incluido- que mi compañero era el verdadero rey de las hadas y la fantasía, reinando en el jardín de la belleza por él construido en el CEIP Los Altos.

Desde mi última entrada en este blog he estado paralizado por los acontecimientos diarios, añusgado por la pérdida y tanto dolor. No había encontrado momento ni estado de ánimo para retomar la escritura y, mientras esto escribo, no ceso de buscar significado a lo inescrutable del destino al que todos los seres humanos estamos sometidos.
He sido testigo o fiador de anécdotas y casualidades que hablan de designios que se escapan a la lógica, que parecen increíbles, pero que son tan ciertas como los eclipses o las mareas.
Como decía en otra entrada, las aves han jugado un papel importante en mi vida. Siempre he tenido encuentros curiosos con pájaros de distinto plumaje y he aprendido a interpretar sus mensajes. Uno de los más curiosos nos ocurrió junto a mi esposa. En los primeros tiempos de nuestra relación, volvíamos en un velero desde Fuerteventura a Gran Canaria. El barco se llama –como no podía ser de otra forma- “Patita” y es propiedad de un caro amigo.
Habíamos partido desde Morro Jable antes del amanecer. Empezaban a pintarse los primeros claros de la aurora y el velero se deslizaba sobre el mar, paralelo a la costa de Jandía. Estábamos sentados a popa, junto a la caña del timón. Ocurrió justo poco tiempo antes de que el disco solar se alzase sobre la línea del horizonte: una pardela cenicienta en vuelo rasante cayó en los brazos de Belén. Literalmente, una bola de plumas húmedas se precipitó sobre ella. Todos nos volvimos hacia mi asombrada mujer. Me pareció como si Poseidón la señalara con un mensajero alado.
Aparte del susto inicial, nadie parecía estar herido. Mi mujer sostuvo en su regazo al magnífico animal hasta que comprobamos que, aparte de un corazón que latía apresuradamente, aparentemente estaba bien; la tomamos en brazos y la lanzamos a sotavento. El ave voló como si no hubiera pasado nada, reemprendiendo su itinerario rasante sobre las olas. No me he separado de Belén un solo día desde que fue señalada por aquel mensajero alado.
Cada línea que escribo pasa su sabio escrutinio antes de ser expuesta a terceros.
A todos nos suceden casualidades que no siempre sabemos o podemos interpretar. Los antiguos tenían todo tipo de oráculos sagrados para ello y hoy día abundan santeros, brujas, hechiceros y echadores de cartas de las más variopintas procedencias, que dicen saber interpretar el presente, el pasado y el futuro de cualquiera con métodos de lo más peregrino, pretendiendo la mayoría de las veces medrar a costa de las tribulaciones ajenas.
Como decía más arriba, he atestiguado varias casualidades a lo largo de mi vida. Algunas de ellas deben ser calladas, pero entre las que no, está una muy curiosa:
Hace varios años, en un partido de fútbol playero en la playa de Las Canteras uno de mis conocidos dio una patada al balón con tanta fuerza y puntería que acertó en delicada parte a uno de los jugadores del equipo contrario. A consecuencia del balonazo, el contrincante cayó fulminado al suelo, roto de dolor.
Casi había perdido la conciencia. El juego quedó parado y todos se acercaron donde estaba el caído. Lo rociaron con agua de mar, le hicieron respirar y lo acompañaron hasta que empezó a recuperar el sentido. Mi amigo se disculpó con la víctima de su acertado chut, mostrándose muy afectado por el incidente.
Mi amigo futbolista se fue pocos días más tarde hasta los Países Bajos, donde acababa de ser destinado en Comisión de Servicio. Semanas más tarde, una vez establecido en el país neerlandés en una pequeña ciudad al este de ÁAmsterdam, vio mi amigo un coche con la extraña matrícula de letras negras sobre fondo blanco que ponía GC- XXXXX.
La matrícula de fondo blanco de Gran Canaria destacaba en un país donde las placas de matrícula son de fondo amarillo. Mi amigo se extrañó, preguntándose a quién podría pertenecer aquel coche que procedía de su isla natal y se apostó junto a él un rato por si aparecía su propietario.
No tuvo que esperar mucho tiempo, pues al poco apareció su dueño, que no era otro que ¡el mismísimo jugador a quien había dejado KO de un balonazo semanas antes!
Al parecer, también había emprendido viaje a Europa pocos días después del partido de fútbol, llegando en coche desde Cádiz hasta los Países Bajos para visitar a algunos conocidos. Ambos se asombraron de la coincidencia y compartieron delante de un par de jarras de cerveza sus paralelismos.
Abundan coincidencias increíbles en las vidas de los seres humanos, señales, casualidades y advertencias. Pareciera que los hados aparecen y desaparecen ante nuestros ojos de formas impredecibles y, por supuesto, no es fácil interpretar sus señales y designios.
Hay momentos en los que creo firmemente en la existencia de algún tipo de plan divino detrás de todo: en las señales de las pardelas, de los balones y los atardeceres; y otros momentos en los que dudo. Hoy sólo puedo creer en las personas como Belén y José Manuel.

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