lunes, 7 de septiembre de 2015

TURISTA EN MI CIUDAD (EL MUSEO CANARIO)


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 Este artículo fue publicado primero en CanariasCultura.com

En este agosto raro, de calores caribeños, tormentas perdidas y lunas brillantes, echo de menos las medusas en la playa y la habitual panza de burro que cubre la ciudad. Entre margulladas lentas y sesiones de Tai Chi intento ponerme en la forma física que tolere mi cuerpo pesado, bien cumplido ya el medio siglo, mientras llega la inspiración que me permita concluir la novela que me quita el sueño.
Agoniza este “ferragosto” a la orilla del río Tíber Guiniguada, cubierto de asfalto y hormigón, y me acerco una mañana de éstas a lo que fue el palmeral donde se fundó la ciudad del Real de Las Palmas. Tengo nostalgias que recordar y calles que recorrer, esquinas de besos furtivos y pasiones vitales que son memorables.
Me camuflo entre los turistas que transitan por las calles de la Vegueta, vestido de pantalón corto con bolsillos de explorador urbano, camiseta sin marca, chancletas de paseo y cámara de fotos en ristre, vagando junto a mi esposa, mirándolo todo con ojos ajenos, prestados, queriendo ver mi ciudad casi como un extranjero, como forastero, lustrando recuerdos, restaurando la memoria, reconstruyéndome al paso lento, medio guiri, medio isletero.
Hace calor y el cielo muestra un azul profundo, limpio de la turbidez del alisio. Parece que estuviéramos en el tardío verano de octubre y no en agosto. Cae la sombra huidiza de los balcones sobre los empedrados ardientes, bajando la sensación de calor a los caminantes según se aproxima el mediodía, mientras una brisa suave sube desde la mar que se intuye al final de las calles abiertas al naciente.
Vemos grupos pequeños de turistas que vagan entre las calles con mayor o menor tino, unos provistos de guías de papel, otros armados de artilugios electrónicos, algunos buscando asiento en locales de caña y tapa, unos pocos acertando con un magnífico restaurante francés de la plaza de Santa Ana.
Entre el tráfico de turistas alguna amable señora nos brinda ayuda -al vernos perdidos buscando una casa que ya no existe- como si no supiéramos que el antiguo colegio Viera y Clavijo cayó víctima de la ignorancia para que hicieran un “no-sé-qué”  de hormigón sin ventanas en su solar o que la casa de la ventana medieval en la esquina de la calle de la Pelota está vacía como el alma que la limpió.
La mirada en un patio colonial con frutos de aguacate pendientes de las ramas y un estanque con nenúfares y el ruido del agua, me reconcilia con los habitantes de un barrio que ha ido languideciendo entre propietarios que han descuidado sus tesoros y unas autoridades municipales permisivas para ignorar cómo se abrían techos y ventanas para que los elementos, las palomas y la carcoma erosionaran nuestro patrimonio.
Este turista sensible paseaba con ánimo agridulce por el corazón histórico de su ciudad natal, maravillado por fachadas y balcones, por la cantería de basalto, las gárgolas de algunos vierteaguas,  la sobriedad de iglesias y palacetes, dormidos desde hace tiempo, esperando algún amanecer donde la mayoría abra los ojos antes de que sigan cayendo vigas y teas.
Entramos en el Museo Canario sabiendo que hordas de bárbaros sin alma habían volado horas antes el templo de Baal en Palmira, después de decapitar a su conservador, héroe en su tragedia. Me recordé imberbe a los veinte años cuando conocí a Jesús Cantero Sarmiento, coordinador entonces de la Comisión de Arqueología, dándome la bienvenida en los locales de la calle Santa Bárbara y al mundo de los aborígenes canarios, a la amistad, las investigaciones de campo; pero también a las intrigas y traiciones -aunque ello sea parte de otra historia que alguna vez contaré.
Le hice de guía a mi mujer, explicando lo que la centenaria institución no explica. Después de años de ausencia el Museo parece detenido en el tiempo. Casi nada ha cambiado desde los años noventa del pasado siglo: las maquetas, los textos escritos a máquina de escribir, cortados y pegados, mostrando signos de despegarse, todo sigue igual, incluyendo la macabra colección de cráneos del doctor Vernau, los restos de las momias, profanados sus sudarios, expuestas con el descuido y la desidia que nadie osaría en otro país civilizado, lejos de su descanso funerario.
A pesar de haber identificado alguna pieza de molino naviforme que mis manos limpiaron a los veintidos años y una vasija pintada con almagre que transporté en mi mochila desde Arguineguín a los veintitrés, salvándola de un tractor con insignias del ayuntamiento de Tunte, ya nos íbamos de allí con la tristeza en los ojos, cuando vimos en el mostrador a unos turistas alemanes que buscaban explicaciones en su idioma o en inglés, en vano. Para su decepción todo está escrito en español y nadie chapurrea otro idioma. Los displicentes trabajadores se limitan a entregar un tríptico introductorio en tres idiomas, a cambio de los 4 Euros de la entrada y eso es todo. No hay una sola palabra escrita que no esté en castellano.
Durante las casi dos horas de nuestra visita sólo entraron otras seis personas, dos peninsulares y cuatro extranjeros. Su visita duró muy poco tiempo y creo que se fueron decepcionados con la falta de información, tanto escrita como hablada, para interpretar todo la información que los objetos representan.
El Museo sigue con su diseño decimonónico, donde los “trofeos” son los que explican el todo, fuera del contexto del que alguna vez formaron parte, casi tanto como cierta consejera del Gobierno de Canarias, de incultura cierta, que pretendió estar en contacto con el mismísimo doctor Chil -supongo que en espíritu- para preparar un futuro falso.
El Museo preserva en sus fondos-tanto los expuestos como los que no- muchos tesoros que probablemente no se hubieran conservado de otra manera, pero hoy día hay medios tecnológicos que podrían ayudar a explicar su significado mucho mejor, más allá de una colección de objetos preciosos.
Hemos visto muchos turistas transitando la parte antigua de la ciudad, pero dudo que muchos aprecien algo más que bonitas fachadas y alguna cerveza refrescante. Se han peatonalizado algunas calles y hay algunos nuevos negocios, sobre todo de restauración, pero sigue habiendo muchas casas en estado de abandono, esperando alguna casualidad o lotería urbanística que les permita ser vaciadas para edificar adefesios de hormigón en su lugar.
Echamos de  menos, no sólo la disposición institucional del Ayuntamiento, el Cabildo y el Gobierno de Canarias, sino la voluntad ciudadana de cuidar nuestro patrimonio como lo hacen los pueblos civilizados, contando con la ayuda de técnicos comprometidos con su trabajo y su trascendencia; si no, mucho me temo que el futuro será la decadencia y la pérdida, igual de horribles que las voladuras de los fanáticos de Siria e Irak, que busca eliminar la memoria.

miércoles, 13 de mayo de 2015

EL HOMBRE QUE CALCULABA

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Este artículo apareció primero en el digital Canarias Cultura

Ha caído en mis manos afortunadas otro tesoro, el maravilloso libro de divulgación matemática,”El hombre que calculaba”, escrito por el novelista, matemático y pedagogo brasileño, Júlio César de Mello e Souza, más conocido por su arabizado Malba Tahan.
Durante la primera mitad del siglo XX varias generaciones de pensadores brasileños se introdujeron  en la cultura científica arábiga. Entre ellos destaca el carioca De Mello y Souza, quien más tarde, incluso, arabizó oficialmente su nombre a Malba Tahan.
“El hombre que calculaba” es una maravillosa obra de divulgación científica a modo de relato oriental, inspirado en las historias de las Mil y Una Noches, novela ejemplar a la manera clásica, donde el narrador toma parte de la historia sin ser el protagonista principal, donde un viajero-narrador,  Hanak, conoce al joven pastor Beremís Samir, que destaca por su habilidad para los cálculos de todo tipo, así como su honestidad y equidad, acompañándolo en un viaje ejemplar por las míticas tierras de Oriente.
Malba Tahan fue admirado por muchos de sus coetáneos, entre ellos, por el mismísimo Jorge Luis Borges, a su vez fascinado por este mundo árabe clásico, heredero científico y literario de la Grecia clásica. En estos días donde el mundo musulmán sufre las convulsiones del fanatismo y el extremismo religioso poco interés despierta en occidente, salvo el de vincularlo a terrorismos y oscurantismos, la obra y las referencias de Malba Tahan a la poesía y sabiduría del mundo islámico       pueden ayudar a entender mejor el importante papel de sus pensadores, científicos y literatos.
Recomiendo este libro, tanto por sus virtudes didácticas como por sus cualidades filosóficas y literarias.  Malba Tahan, o como él mismo lo escribiera «yo, el-hadj jerife Ali lezid lzz-Edim ibn Salim Hank Malba Tahan» y «Breno de Alencar Bianco», para lograr tal vez mayor atención, en su país de origen, Brasil, hacia su obra didáctica. En cierta ocasión uno de sus biógrafos aseveró acerca del profesor: «Es el único profesor de matemáticas que ha llegado a ser tan famoso como un jugador de fútbol», al menos en su país natal.
El ilustre maestro escribió 69 libros de cuentos y 51 de matemáticas y otros temas. En 1995 se vendieron más de dos millones de copias de sus publicaciones.  Este libro alcanzó su 54ª edición en el año de 2001.
Mello y Souza es conocido por haber realizado una investigación tenaz y profunda así como fructífera, en la que también aparecen trabajos sobre historia y geografía; especialmente sobre la cultura islámica clásica lo cual se hace bien presente en varios de sus libros.  No viajó demasiado en vida, salvo a los países vecinos de Argentina y Uruguay,  pero jamás sentó pie en los desiertos o ciudades árabes que tanto se afanó por describir en sus obras.
Les incluyo un capítulo completo de “El hombre que calculaba” por a alguien le atrae lo suficiente para querer saber más.
CAPÍTULO 22
En el cual visitamos los prisioneros de Bagdad. Cómo resolvió Beremís el problema de la mitad de la “x” de la vida. El instante de tiempo. La libertad condicional. Beremís aclara los fundamentos de una sentencia.
La gran prisión de Bagdad tenía el aspecto de una fortaleza persa o china. Se atravesaba, al entrar, un pequeño patio en cuyo centro se veía el famoso “Pozo de la Esperanza”. Allí era donde los condenados, al oír la sentencia, perdían, para siempre, todas las esperanzas de salvación.
Nadie podría imaginar la vida de sufrimientos y miserias de aquellos que eran encerrados en el fondo de las mazmorras de la gloriosa ciudad árabe.
A la celda en que se hallaba el infeliz Sanadique, que desde ya hacía pensar en cosas espeluznantes, trágicas y tremendas, llegamos guiados por el carcelero, y auxiliados por dos guardias.
Un esclavo nubio, casi un gigante, conducía una gran antorcha, cuya luz nos permitía observar todos los rincones de la prisión.
Después de recorrer un corredor estrecho, que apenas daba paso a un hombre, descendimos por una escalera húmeda y oscura. En el fondo del subterráneo se hallaba el pequeño calabozo donde fuera encerrado Sanadique. En él no entraba ni la más tenue claridad. No se podía respirar el aire pesado y fétido sin sentir náuseas y vahídos. El suelo estaba cubierto de una capa de lodo putrefacto y no había, entre las cuatro paredes, ninguna cosa que pudiese servirse el condenado para descansar.
A la luz de la antorcha que el hercúleo nubio levantaba, vimos al desventurado Sanadique, semidesnudo, la barba crecida y enmarañada, los cabellos en desaliño cayéndole sobre los hombros, sentado sobre una losa, las manos y los pies sujetos a cadenas de hierro.
Beremís observó en silencio, con vivo interés, al desventurado Sanadique. Era increíble que un hombre pudiese resistir cuatro años en aquella inhumana y dolorosa situación.
Las paredes de la celda llenas de manchas de humedad, se hallaban repletas de leyendas y figuras –extraños indicios de muchas generaciones de infelices condenados-. Beremís examinó, leyó y tradujo con minucioso cuidado todo aquello, deteniéndose, de vez en cuando, para hacer cálculos que nos parecían largos y laboriosos. ¿Cómo podría el calculista, entre las maldiciones y blasfemias que los condenados suelen escribir, descubrir la mitad de la “x” de la vida?
Grande fue la sensación de alivio que sentí al dejar la sombría prisión, donde los detenidos eran tan cruelmente tratados. Al llegar de vuelta a la suntuosa sala de audiencias, nos encontramos con el visir Maluf rodeado de cortesanos, secretarios, jefes y “ulemas” de la Corte. Esperaban todos la llegada de Beremís, pues querían conocer la fórmula que emplearía el calculista para resolver el problema de la mitad de prisión perpetua.
– ¡Estamos esperándote, calculista! –dijo el visir-. Espero que presentes, sin más demoras, la solución de este gran problema. Tenemos la mayor urgencia en hacer cumplir la sentencia de nuestro gran Emir.
Al oír esa orden, Beremís se inclinó respetuoso, hizo el acostumbrado “zalam” y habló así:
– El contrabandista Sanadique, de Basora, apresado hace cuatro años en la frontera, fue condenado a prisión perpetua. Esa pena acaba, sin embargo, de ser reducida a la mitad por justa y sabia sentencia de nuestro glorioso califa AL-Motacen, Comendador de los Creyentes, sombra de Alah en la Tierra.
Designemos por x el período de Sanadique, período que comienza en el momento en que fue apresado y condenado hasta el término de sus días. Sanadique fue, por lo tanto, condenado a x años de prisión, esto es, a prisión por toda la vida. Ahora, en virtud de la regia sentencia, esa pena deberá reducirse a la mitad. Si dividimos el tiempo x en varios períodos, a cada período de prisión debe corresponder igual período de libertad.
– Completamente cierto –dijo el visir-. Comprendo perfectamente su razonamiento.
– Ahora bien; como Sanadique ya estuvo preso durante cuatro años, es claro que deberá quedar en libertad durante igual período, esto es, durante cuatro años.
En efecto. Imaginemos que un mago genial pudiese prever el número exacto de años de vida de Sanadique y nos dijese ahora: “Ese hombre, en el momento en que fue puesto preso, tenía apenas 8 años de vida.” En ese caso tendríamos que x es igual a 8, o sea, que Sanadique habría sido condenado a 8 años de prisión, pena que ahora quedaría reducida a 4 años. Como Sanadique ya está preso desde hace 4 años, ya cumplió el total de la pena y debe ser considerado libre. Si el contrabandista, por determinación del Destino, hubiera de vivir más de 8 años, su vida x (mayor que 8) podrá ser descompuesta en tres períodos: uno de 4 años de prisión (ya cumplido), otro de 4 años de libertad, y un tercero que deberá ser dividido en dos partes iguales (prisión y libertad). Es fácil, pues, sacar en conclusión que, para cualquier valor de x (desconocido), el preso deberá ser puesto en libertad inmediatamente, quedando libre por cuatro años, pues tiene perfecto derecho a ello, como ya demostré, de acuerdo con la ley.
Al final de ese plazo, o mejor, terminado ese período, deberá volver a la prisión y quedar prisionero por un tiempo igual a la mitad del resto de su vida.
Sería conveniente, tal vez, encarcelarlo durante un año y concederle la libertad durante el año siguiente; año libre y pasaría, de ese modo, la mitad de su vida en libertad, conforme manda la sentencia del rey.
Esa solución, sin embargo, solo sería verdadera si el condenado muriese en el último día de uno de sus períodos de libertad.
En efecto:
Imaginemos que Sanadique, después de pasar un año en la prisión, fuese libertado y muriese, por ejemplo, en el cuarto mes de libertad. De esa parte de su vida (un año y cuatro meses) habría pasado: un año preso y cuatro meses en libertad. ¿No es así? Hubo error en el cálculo. Su pena no fue reducida a la mitad.
Podrá parecer que la solución de este caso, consistiría, finalmente, en prender a Sanadique un día para soltarlo al día siguiente, concediéndole igual período de libertad, y proceder así hasta el término de sus días.
Tal solución no será, con todo, rigurosamente cierta, pues Sanadique -como es fácil comprender- puede resultar perjudicado en muchas horas de libertad. Bastaría para eso que él muriera horas después de un día de prisión.
Detener a condenado durante una hora y soltarlo a la siguiente, dejándolo en libertad durante una hora, y así sucesivamente hasta la última hora de vida del condenado sería la solución correcta, si Sanadique muriera en el último minuto de una hora de libertad. De lo contrario su pena no habría sido reducida a la mitad.
La solución matemáticamente exacta consistirá en lo siguiente:
Prender a Sanadique durante un instante de tiempo y soltarlo al siguiente. Es necesario, sin embargo, que el tiempo que esté preso (el instante) sea infinitamente pequeño, esto es, indivisible. Lo mismo ha de suceder con el período de libertad siguiente.
En la realidad, dicha solución es imposible.
¿Cómo prender a un hombre en un instante indivisible, y soltarlo al instante siguiente? Debemos, por tanto, apartarla de nuestros pensamientos. Sólo veo ¡oh visir! Una forma de resolver el problema: Sanadique será puesto en libertad condicional, bajo la vigilancia de la ley. Es esa la única manera de detener y libertar un hombre al mismo tiempo.
Ordenó el gran visir que fuese cumplida la sugestión del calculista, y el infeliz Sanadique fue, en el mismo día “libertado condicionalmente” –fórmula que los jurisconsultos árabes adoptaron después, frecuentemente, en sus sabias sentencias.
Al día siguiente le pregunté qué datos o elementos de cálculo consiguiera hallar él, en las paredes de la prisión, durante la célebre visita, que lo llevaran a dar tan original solución al problema del condenado. Respondió el calculista:
– Sólo quien ya estuvo, por unos momentos siquiera, entre los muros tenebrosos de una mazmorra, sabe resolver esos problemas en que los guarismos son partes terribles de la desgracia humana.
No me resisto a dejarles la nota previa dedicatoria, donde el maestro De Mello e Souza se transfigura en Melba  Tahan y dedica su libros a los gigantes sobre cuyos hombros científicos se alza.
A la memoria de los siete grandes geómetras cristianos o agnósticos:
  • Descartes
  • Pascal
  • Newton
  • Leibniz
  • Lagrange
  • Comte
…(¡Alah se compadezca de esos infieles!)
Y a la memoria del inolvidable matemático, astrónomo y filósofo musulmán Abuchafar Moahmed Abenmusa AL-KARISMI… (¡Alah lo tenga en su gloria!)
Y también a todos los que estudian, enseñan o admiran la prodigiosa ciencia de las medidas, de las funciones, de los movimientos y de las fuerzas.
Yo “el-hadj” cherif Alí Iezid Izzy-Edin Ibn Salin Hank, MALBA TAHAN (creyente de Alah y de su santo profeta Mahoma), dedico estas páginas, sin valor, de leyenda y fantasía.
En Bagdad, a 19 lunas de Ramadán en 1321.

Como el libro original se editó en 1938, los derechos de autor han vencido y se puede encontrar una copia en internet en este enlace:
http://www.librosmaravillosos.com/hombrecalculaba/index.html

lunes, 13 de abril de 2015

COLECCIONISTAS DE AUTOMÓVILES

 Se publicó primero en CanariasCultura (con banda sonoro original de Enrique Mateu)

Empecé a coleccionar coches antes de cumplir los seis años. Al principio sólo eran pequeñas reproducciones de la casa inglesa Matchbox, que mis padres compraban en la desaparecida tienda de juguetes Copacabana, sita en la calle Juan Rejón de la capital grancanaria, frente al Castillo de La Luz, a dónde peregrinaba antes de cada cumpleaños y ocasión. Esa afición a los automóviles me dura hasta hoy. Y sigo coleccionándolos, en todas sus escalas, desde la 1:38 a la 1: 24  hasta llegar a la 1:1, según la medida de mis recursos.
Eran los años sesenta y el niño que fui tenía dos aficiones principales: leer y aprenderse las marcas de los automóviles que se cruzaban por el camino, deletreando ele de Lancia, eme de Morris, erre de Renault, ese de Simca, doble uve de Wolseley y Z de Zündapp.
Mis padres nunca tuvieron coches y tampoco sabían nada de ellos.Tuve que recurrir a mi tío Santiago y a mis propias dotes de observación, para distinguir un Morris de un Austin, a un Wolseley de un Riley, combinando mi afición por la lectura con la mínimas diferencias de cada coche, dictadas por la política comercial del conglomerado industrial de la BMC (British Motor Corporation), aprendiendo metódicamente las marcas del imperio británico, antes de que las huelgas y Margaret Thatcher acabaran con su industria del automóvil. Procuré conseguir un ejemplar en miniatura de cada uno de los más interesantes, sin olvidarme de algunos otros ejemplares de la competencia de la Rootes: los Sunbeam, Hillman o Singer.Enrique Mateu Kopi Luwac_wide

De niño, cuando iba por las calles conocidas, sabía donde podía esperar encontrar el Humber Super Snipe del farmacéutico o  el desvencijado Austin A40 Farina del panadero. De cuando en cuando se me aparecía como un fantasma rodante el Rolls Royce del doctor Stanley S. Pavillard, del cual leí muchos años más tarde su libro autobiográfico,  “Bamboo Doctor”, donde relataba sus aventuras en Birmania  y Malasia durante la Segunda Guerra Mundial, donde fue destinado como médico especialista en medicina tropical. Pavillard nació de padres británicos en Las Palmas de Gran Canaria en 1913, adonde volvió después de pasar parte de la guerra prisionero de los japonesesen un campo de concentración cerca del río Kwai.
Probablemente mi anglofilia data de esa época infantil, llena de mecánicas simples y fiables, de motores de empujadores y balancines, de Alonso Quesada y su “Smoking Room”, de su visión de la colonia británica, de los consignatarios de buques que se saltaban el boicot a Sudáfrica, dejándonos mermelada de naranja del Cabo de Buena Esperanza y el “Appletiser” de burbujas, mientras los trasatlánticos de la Cunard nos traían a Agatha Cristie y a Churchill en su vejez.
Mi primer coche fue -como no podía ser de otra forma- británico: un Vauxhall Viva de dos puertas. Lo compré en 1980, con veinte años míos y dieciocho el coche. Nos hicimos buenos amigos, compartiendo aventuras y penurias. Desafortunadamente, me deshice de él tres años más tarde, para irme a Fuerteventura como maestro. Le perdí la pista en una chatarra del sur de la isla.
He tenido muchos otros coches desde entonces. Conservo buen recuerdo de la mayoría de ellos y preservo algunos otros, que forman una modesta colección ecléctica en distintos estadios de conservación: desde la pura chatarra hasta ejemplares en estado aceptable, con quienes mantego una relación de amor-odio.
Como coleccionista”amateur” conozco la pasión y la penitencia de la misma, sé de la emoción de ver terminado un motor de un raro FIAT 130, después de haber buscado piezas de repuesto hasta los confines del planeta en Nueva Zelanda y la posterior terrible decepción de comprobar que después de un año en el taller de chapa y pintura, una de las preciosas culatas doble ha perdido la  compresión. Llevo cicatrices en las manos que me hice cambiando el diferencial delantero de un Land Rover de 1960 y una uña negra del día que me pasó de refilón por encima una rueda de un viejo tractor Fordson.
Ando en estos días recopilando información y datos para el proyecto común con Victoriano Santana Sanjurjo, Jorge Liria y Enrique Mateu para reeditar  mi novela Kopi Luwak, incluyendo la banda sonora que ha compuesto Enrique para la ocasión, junto con la información gráfica y técnica que usé oportunamente mientras la escribía.
 Coleccionistas de automóviles

Está la novela sembrada de automóviles, que participan del argumento como coprotagonistas mecánicos  de una novela clásica: todos y cada uno de ellos tiene una personalidad definida y acompañan a sus conductores en su peripecia vital. Encontrará el lector avisado ejemplares de Volkwagen T2, Citröen DS, Tatra 87, Audi Silberpfeile, Ferrari BB, BMW M5 y Jaguar Type C, entre otros, presentes por todo el relato, incluyéndose en la banda sonora el sonido del motor del M5 en uno de los temas. La historia de la grabación del sonido del motor de seis cilindros en línea merece un capítulo aparte; aunque con el permiso de mi amigo les cuento que se grabaron con unos calcetines como elemento esencial para suprimir el ruido del viento en unos micrófonos Schoeps.
Como miembro de la rara cofradía de los reales amantes de los automóviles de colección, he conocido a muchos otros apasionados con los que comparto este placer lleno de penurias y trabajos dignos de Hércules. Sufrimos la incomprensión de muchos, las dificultades para encontrar repuestos, los enormes costes de la restauración y el mantenimiento, los problemas de espacio (nunca es suficiente), el escepticismo familiar ante esa pasión que compite en tiempo y recursos. Pero, al final, nada se acerca  al incomparable sentimiento de satisfacción de ponernos al volante del objeto de nuestra pasión, bien acompañados, mostrando una sonrisa inescrutable mientras manejamos el viejo Austin Seven que rescatamos de un gallinero.
Hay otros coleccionistas que no se distinguen precisamente por amar los automóviles que poseen. Son meros inversores que, con mayor o peor fortuna, han decidido invertir grandes sumas de dinero en objetos de prestigio, que pusieron de moda a finales del siglo XX los nuevos ricos del coleccionismo, atraídos por el “glamour” de concursos de elegancia, como los Villa del Este en Italia o Pebble Beach en California y el espejismo de los beneficios de la especulación en Bugatti, Ferrari o Hispano-Suiza.
Muchos de ellos no saben nada de los automóviles que tienen, salvo que valen dinero y son el equivalente a una buena cartera de valores bursátiles. Por supuesto, no se manchan las manos de grasa para un simple cambio de bujías ni saben donde pueden conseguir el juego de juntas del motor o cómo ajustar las válvulas, ni mucho menos saben la historia íntima de cada coche.
Últimamente, he observado con perplejidad el caso de uno de tales “coleccionistas”, el señor Jordi Pujol Ferrusola, primogénito del que fue largos años “honorable” presidente de la Generalidad de Cataluña, que ha sido noticia por su implicación en un caso de blanqueo de capitales y fraude a la hacienda pública.
Tiene el señor Pujol “junior”, una enviable colección formada por tres Ferrari (un 328 GTS, un Testarossa y un F40), tres Porsche (un 356B, un 911S y un 911 Targa), dos Lamborghini (un Diablo  y un Miura), dos Mercedes Benz (un 230 SL y un McLaren SLR), dos Jaguar E Type, Un Lotus Elan, un SEAT 600, un par de Bultaco (Metralla Mk2 y Sherpa) y una OSSA (MAR, Mick Andrews   Replica).
Preguntado el señor Pujol en sede judicial por el valor y procedencia de tanta y buena maquinaria, respondió con respuestas y argumentos que sonrojarían a cualquier aficionado consciente de los valores actuales del mercado. No sé si quienes lo juzgan se documentan o piden asesoramiento a los expertos y peritos que cuentan en el sector.  Quizás nos encontremos ante un genio inversor, localizador de chollos clásicos, que ha sabido encontrar tesoros automovilísticos a precios de risa; aunque otras razones sean más plausibles.
Repasando sus declaraciones no dejo de asombrarme, tanto o más que leyendo las de sus progenitores en otras causas paralelas. Ciñéndonos al caso de Jordi Pujol, reproduzco alguno de sus relatos acerca de lo que supuestamente le han costado: Pagó 3000 € por un Jaguar E-Type “porque habían hecho carreras con él y estaba destrozado”, por el Porsche 911S, pagó 2800 € “porque el motor estaba en mal estado”. El Lamborghini Diablo lo sacó en 25000 € y el Testarossa le costó sólo 22500 € por hacerle un favor a un amigo que estaba en una situación “muy, muy difícil”.
Este benefactor de amigos en problemas parece olvidar que hay unas cotizaciones de vehículos clásicos en las revistas, tiendas y talleres especializados que dejan en evidencia sus declaraciones, pretendiendo que todo el mundo va a admirar su talento comprador, ignorando que  sólo el capot delantero de un E-Type cuesta esos 3000 € que él dice le costó el coche entero o que una chatarra completa de un Porsche 911S de 1971 a restaurar por completo ya supera la barrera de los 45000 €, por no hablar de los valores de un Ferrari F40 que se acercan en las subastas continentales a las seis cifras.
Dejemos a la justicia hacer su trabajo, mientras tanto yo espero que me llegue un libro de taller original de 1970 de  la British Leyland, que he pedido para soñar que alguna vez podré terminar de restaurar un maravilloso Triumph TR6 rojo con mis propias manos y podré salir a pasear con él acompañado por mi paciente esposa.

lunes, 6 de abril de 2015

El mentidero del tiempo


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Esta entrada fue publicada primero en el digital CanariasCultura.

El verano ha pasado y ahora leo “Vivir para contarla”, la autobiografía de Gabriel García Márquez donde cuenta el genial Gabo que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
No es el inmortal escritor colombiano el único que así piensa. Solemos los seres humanos vivir de nuestros vagos recuerdos y de la interpretación que hacemos de ellos y, cuanto más vivimos, más razones tenemos para fabular sobre ellos entre la neblina del pasado.
Hace algún tiempo, por razones que no vienen al caso, tuve oportunidad de visitar la sacristía de la vieja iglesia del siglo XVII en San Lorenzo. El cura nos estaba enseñando las reliquias que guarda el templo y me llamaron la atención unos curiosos escalones o asientos de piedra bajo una ventana situada en la esquina. Cuando le pregunté al sacerdote por aquello me dijo: “Ah, sí; eso es el mentidero, donde se sentaban las comadres o el sacerdote a ver pasar la gente por la calle”. Y siguió enseñándonos cálices, pinturas y esculturas que formaban parte del tesoro de la parroquia.
Algún tiempo más tarde pude ver otros “mentideros” similares: en casas de solera en Vegueta, Teror o Tunte e, incluso, observé uno en una casa solariega de la ciudad portuguesa de Sintra. Es decir, una de las ocupaciones de las familias acomodadas consistía en observar desde la semipenumbra los pasos de los vecinos por la calle, discretamente, para después ser criticados a modo. Los que no disponían de asientos apropiados bajo las ventanas de sus casas sacaban una silla a la calle, sobre todo en los días de calor, para observar al vecindario y enhebrar alguna que otra charla.
Hoy día casi nadie se sienta a ver pasar a la gente desde las puertas de la casas y, mucho menos, desde los mentideros de cantería. Nuestra curiosidad por la vida de los demás queda saciada por otro elemento de la novelería de masas: la televisión, esa ventana abierta por la que se nos cuelan todo tipo de acontecimientos y personajes.
Y allí se concentran los esfuerzos contemplativos de los mirones y comadres actuales. No faltan programas de todo tipo que alimentan las ansias por saber de la vida, milagros y miserias de nuestros conciudadanos. Es curioso comprobar cómo muchas personas saben más de la vida de personas extravagantes y de dudoso valor social, ético o moral que las de su propia familia.
Confieso que no tengo aparato de televisión desde hace casi cinco años y eso me convierte en un ser de otra galaxia o, al menos, de otro siglo. Empecé a resistirme a cambiar mi antediluviano aparato que todavía funcionaba con un haz de rayos catódicos por uno de esos de cristal líquido y pantalla plana a finales del siglo pasado. Ahora que los hay, no sólo planos sino también en Alta Definición, 3D, plasma, sonido envolvente con mil altavoces y no sé qué más maravillas, pienso que me he quedado atrás del todo y aquí prefiero quedarme.
Reconozco que tengo cuenta en varias redes sociales de Internet pero mi participación en ellas se reduce cada vez más, probablemente porque la euforia inicial se me ha ido disipando.
Mientras tanto, he seguido adoptando o comprando libros de segunda mano por doquiera que los puedo encontrar: a particulares, rastros, tiendas de libros usados o asociaciones de vecinos donde me conocen como cliente habitual.
El problema es que me temo que me estoy acercando a los límites de almacenamiento de libros en mi casa, por no hablar de mi capacidad de poder leerlos todos antes de que la parca me alcance. Aunque suelo ser selectivo, mucho me temo que debo racionalizar mi afición antes de sucumbir por ella. He leído recientemente que el sociólogo Amando de Miguel está vendiendo su biblioteca porque no puede afrontar los gastos de la hipoteca de su casa, la cual construyó a su medida (la de los libros, supongo).
De todas formas, sigo prefiriendo asomarme a las vidas de los demás a través de la literatura, sea como lector o como escritor, porque ni estoy dispuesto a comprarme una televisión ni a abrir una nueva ventana con asiento incorporado en la esquina de casa, aunque el único lunar que empaña este escrito es que todavía dispongo de cuentas en las citadas redes sociales. ¿Por cuánto tiempo todavía?

jueves, 26 de marzo de 2015

EL VAGO

El Vago  (Esta entrada al blog apareció primero en el digital CanariasCultura)


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El Vago
Soy un vago. Lo confieso. Lo tengo asumido. O sea, que cualquier cosa que haga no es otra que la excepción a la regla; soy un perezoso de la peor calaña, la de los vagos ilustrados. Cada letra que escribo sale porque no estoy ocupado en la holganza, y sale a trompicones, burlando mi celoso no-hacer (que diría un budista).
Sostengo que prefiero contemplar el horizonte y las gaviotas antes que escribir sobre ello, aquí o en Lisboa. Declaro que  elijo surfear por el etéreo mundo del ciberespacio buscando repuestos para mis viejos artilugios o, peor aún, visionando alguna película de Russ Meyer, antes de escribir las poesías que tengo pendiente.
Reconozco que, de cuando en cuando, tengo incluso tentaciones de meterme en el barro y escribir sobre esas nuevas estrellas fugaces del panorama político o, incluso, de  los viejos conocidos elefantes de la res pública. Afortunadamente, se me van tales tentaciones cuando, oportunamente, encuentro una primera edición ilustrada de “Alice in Wonderland” y me evado mientras me persigue un gato de Cheshire que desaparece  según leo, librándome del peligro de ponerme a escribir.
En fin, ya ven que soy un redomado holgazán. A veces, soy, quizás, peor que eso. Me siento a ver los partidos de la Unión Deportiva, sobre todo ahora que vuelve a irle mal, y salto maldiciendo al árbitro que se equivoca o al delantero ése que dispara a las nubes, diciendo en voz alta que hasta yo lo hubiera marcado.
He vuelto a seguir al equipo de fútbol de la Isla, con la pasión del sillonista, después de aprender a ver los partidos retransmitidos por internet (hace cinco años que no tengo aparato de televisión ¡oh, sacrílego de mí!), haciéndome regresar a la infancia y a los recuerdos.
Era mi padre gran aficionado al fútbol; de los que iba cada domingo en los años sesenta al viejo Estadio Insular, vestido de su mejor traje y con puro palmero, para disfrutar del “equipillo”, que había ascendido hasta la Primera División con la unión de los mejores equipos, en compañía de amigos y primos.
He estado mirando las antiguas fotografías de mi viejo en el blanco y negro de la época, viéndome retratado con él, con la mirada inocente, una en la grada curva y otra en la loma arenosa sobre el Paseo de Chil, oliendo todavía el trozo de calamar seco y ahumado que mascaba con fruición aquel niño que fui en torno a los 8 años.
Ayer, mientras refunfuñaba en el sillón, vi a mi padre reflejado en mí, retratado en una conducta de la que no me hubiera creído capaz. Fue un “dèja-vu”. No era yo quien se levantaba y maldecía. Era la memoria de mi padre. Entonces rememoré todo: su amargura por el descenso a Segunda División, el dolor del primer infarto,  la decadencia de su salud, la decepción del aficionado frustrado, el desempleo, la crisis de los talleres de tapicería artesanal, su muerte prematura y el desgarro irreparable en mi madre.
Durante mucho tiempo me alejé del fútbol, me fui lejos, renegando de las raíces, de las memorias infantiles, de los fanatismos futboleros, de aquel equipo que se convirtió en refugio de mercenarios de segunda o tercera fila, de directivos incompetentes y corruptos, de aquellos que nos  bajaron a los infiernos del juego.
Ahora -quizás como coartada a mi vagancia- he vuelto a seguir al “equipillo” casi cada semana: mi madre -convaleciente de un ictus- me recuerda  que “de casta le viene al galgo”. Los episodios se me agolpan en estos días de nostalgia: la ausencia del padre, la enfermedad de la madre, la niñez ida, el fútbol y las raíces.
Recuerdo los viajes de vuelta a casa desde  La Lechucilla, en la furgoneta rubia del tío Domingo, una vieja Vauxhall Victor, cargada con cuatro adultos y siete niños, la mayoría acomodados en la plataforma de carga trasera, adormilados tras un fin de semana de aventuras entre las brumas de los castañeros y la caza de ranas en el barranco:
-Antonio, ¡rádianos un partido! -clamaba el tío detrás del volante; tendero antes de lanzarse a las explotaciones turísticas
-¿Qué partido quieren? -me atrevía a preguntar, a sabiendas de que ninguna excusa tímida iba a satisfacerlos.
-Uno con el Real Madrid, el Barcelona o el Valencia, pedía el público, sabedor de que iba a ser uno aquellos partidos entre los gallitos de la categoría y los nuestros, David contra Goliat.
Y entonces, me transformaba en Pascual Calabuig o en Segundo Almeida y narraba el épico partido como si fuera una película de suspense, donde la Unión Deportiva siempre ganaba, superando sufrimientos e injusticias. Nadie sospechaba, ni siquiera yo mismo, que aquel ejercicio radiofónico infantil iba a servirme en el futuro para saber contar historias, una vez superada mi proverbial  vagancia.

lunes, 9 de marzo de 2015

LOS DOCE MIL


Hace un par de días que las visitas a este blog superaron la cifra de doce mil. Está claro que el mío no es uno de esos cuadernos de bitácora moderna de mayor éxito, pero las visitas continúan creciendo de forma regular y no termino de explicarme la razón para ello.
Hace meses que no publico nada nuevo y sólo alguna referencia aislada en determinadas redes sociales lleva a nuevos lectores hasta este rincón del ciberespacio. Todo lo demás es pura sorpresa. No sé si hay algún runrún que comunica su existencia desde la China hasta Chile o alguna conspiración rara que propicie la entrada a  mis páginas como fuente de información sobre los FIAT 130 o el canto de las abubillas.
Confieso que llevo una racha de barbecho creativo donde poco brota, salvo alguna pequeña flor lírica y basta. Esas pequeñas islas literarias me permiten tener el refugio del náufrago ante las marejadas de la vida, aunque no trasciendan más allá de mi círculo íntimo.
Por estas razones, veo con gran sorpresa como el número de lectores se incrementa sin razón aparente. Estos visitantes lo hacen de incógnito, sin dejar otra huella que las de las estadísticas de “Google”, que se reflejan, a 8 de marzo del corriente, en un total de 12043 visitas.

El desglose de visitas por países es el siguiente

España                                                5800
Alemania                                            1650
Estados Unidos                                   1322
Rusia                                                     485
Francia                                                  320
Argentina                                               239
China                                                     140
México                                                  133
Países Bajos                                          130
Colombia                                               121
Resto del Mundo                                 3203
 
Como se puede apreciar, la mayoría de las visitas procede de España, pero no llega siquiera a la mitad del total. El porcentaje principal hay que atribuírselo al sumatorio del resto del mundo, donde destacan países que no son hispanohablantes,como Alemania, Estados Unidos de América, Rusia  o Francia.
Particularmente, me llama poderosamente  la atención la presencia de territorios exóticos como  Japón, India o Filipinas, Me gustaría saber cuál es la razón que  ha llevado a esos lectores a entrar en mis páginas, qué carambola o algoritmo de búsqueda les ha abierto la puerta de acceso.Probablemente, haya un elevado porcentaje de accesos casuales, lo cual no es óbice para sentirme admirado ante las cifras crecientes de visitas.

Ofrece Blogger la posibilidad de obtener ingresos por “clicks”, poniendo publicidad y anuncios que financien mis pequeñas crónicas. Poco caso le he hecho a esas ofertas, aunque reconozco que la posibilidad de publicar gratuitamente en la Red de redes era una de esas utopías que se han hecho realidad en las últimas décadas, permitiéndome ser accesible a miles de personas en todo el mundo.

Volveremos a hacer balance cuando las visitas se dupliquen y superen los 25000.  Habrá que incentivar a  los lectores con nuevas entradas. Veremos cuánto tiempo tardamos en cumplir el objetivo. Hasta entonces, muchas gracias a cada uno de los visitantes.