miércoles, 27 de julio de 2011

LA PLATA Y SU VALOR

Hace veinte años que publiqué mi primer libro, “La Plata y otros relatos ciertos e inciertos”. Fue editado por Ediciones La Palma, de la poetisa palmera Elsa López. Se hizo una primera edición de unos mil ejemplares. Era una colección de relatos que había elaborado antes de irme a los Países Bajos, aunque su edición se hizo estando en el país neerlandés.
Elsa López tuvo el atrevimiento de editar los primeros escritos de un autor novel. Y me sentí halagado. Un par de años más tarde autoedité “El anillo del pulpo” , aunque pocos de esos libros salieron al mercado hasta que Jorge Liria lo reeditó en Anroart en 2005.
Mi tercer libro, “Kopi Luwak” también ha sido editado por Anroart en mayo de 2011.
Reconozco que no he sido muy prolífico con mis publicaciones, aunque por los cajones de mi escritorio anidan cuentos, poesías y embriones de historias que esperan su tiempo.
Coincidiendo con la publicación de “Kopi Luwak” me he lanzado a estas redes sociales y los cuadernos de bitácora virtuales. Esto ha hecho que los buscadores de internet empiecen a colocar mi nombre en lo más alto de los balances de búsqueda.
El otro día Belén se encontró con que alguien ofrecía a la venta un ejemplar de “La Plata...” en 63,55 euros. Cuando me lo dijo me quedé asombrado. No supe qué decir. El valor del libro se ha incrementado en más de un 200% en veinte años.
He estado a punto de comprarlo, pero creo que mejor lo dejo acumulando réditos y esperando que tire del valor de los otros libros. Quizás algún lector de estas líneas esté interesado...
LA PLATA Y SU VALOR REAL

lunes, 25 de julio de 2011

“FUERZA HUMANA”

Hay días en los que la memoria se va adonde quiere y cómo ella quiere. Esta mañana me di mi paseito diario por las Canteras. Bajo la “panza de burro” de la ciudad se desperezaba la actividad cotidiana en el paseo desde el Auditorio Alfredo Kraus hasta la Puntilla: paseantes. joggers y jubilados ocupaban el paseo entre el personal de limpieza de la playa.
La marea estaba alta a primera hora y el equipo que habitualmente limpia la arena de algas, sebas y otros restos se limitaba a recoger con rastrillos algunos restos cercanos al muro.
Según paseaba empecé a darme cuenta de que había otros operarios uniformados que estaban ocupados en limpiar, uno a uno, los barandales del paseo. Son un grupo heterogéneo de hombres y mujeres equipados de arriba a abajo de la misma manera: botas de trabajo, pantalón verde oliva, camiseta y chalecos amarillo-anaranjados; no les faltan ni guantes ni gafas protectoras ni siquiera agüita fresca para aliviarlos del eventual solajero.
Son de distinta edades, géneros y apariencia, siendo la única coincidencia aparente, que exhiben en letras impresas en los dorsales de la ropa el lema “Gobierno de Canarias” y no sé qué Plan de Empleo.
En mi poco deportiva marcha por la avenida comprobé que había muchos más de ellos, entretenidos en lijar a mano o con espátulas las bases de los bancos. Había varias cuadrillas esparcidas a todo lo largo y ancho del paseo: los unos lijaban, los otros limpiaban, los de más allá pintaban y alguno otro se paraba para fumar o charlar con sus compañeros de partida.
Un poco más adelante y en las calles circundantes, otros equipos se afanaban en limpiar fachadas, cristaleras y hasta puertas de garajes de particulares, armados de bayetas, baldes, rascacristales y fregonas. Unos grupos pintaban de pintura resistente al óxido en varias capas los bolardos y las vallas. Me sorprendió que la mayoría de los trabajos se hacían con medios simples, sin que fuera capaz de ver ni una sola lijadora eléctrica u otros medios mecánicos que no fueran de los impulsados a mano.
No sé porqué pero mi mente se fue hasta la China comunista de la época de Mao Tse Tung (que ahora se ha occidentalizado en Zedong). Los distintos equipos uniformados, en particular el color verde oliva de los pantalones, me llevaron a las masas de chinos que limpiaban Pekín (ahora Beijing) con una escoba por toda herramienta antes de la visita del presidente Nixon en 1972.
Recuerdo ver en los telediarios en blanco y negro de la época a miles de chinos uniformados preparando las calles de la capital del Reino del Medio para la visita de los dignatarios americanos, sin grandes máquinas y con la única ayuda de sus manos y de simples herramientas. A mano limpiaron y adecentaron Beijing para recibir primero a  Henry Kissinger y luego a Richard Nixon, antes de que las aguas del Watergate acabaran con el presidente.
Otros países asiáticos también han hecho gala de su “poder humano” para avanzar y competir con la tecnología occidental. Hacía Mohandas Karamchand Gandhi gala de la rueca tradicional como alternativa a los grandes telares industriales de origen occidental. en su lucha desigual con el Imperio Británico. Decía el pacifista hindú que las grandes empresas industriales eran una amenaza para el pleno empleo de los hindúes. Sostenía Gandhi, que el hambre en la India era una consecuencia del modelo social y económico exportado por los colonizadores británicos. En la bandera actual de la India queda una rueca estilizada como recuerdo al fundador de la India moderna, aunque bien poco queda de la filosofía vital de Gandhi.
Desde esa época mucho han cambiado los dos grandes gigantes asiáticos, que hoy día se van olvidando de sus orígenes humildes y se han lanzado a la competencia tecnológica, informática y comercial con occidente.
Cuando he llegado a casa me he enterado que el Gobierno de Canarias, en colaboración con el ayuntamiento de la ciudad, ha empleado a 492 operarios sacados del paro para “pintar, limpiar, arreglar y embellecer” calles y edificios en la zona del Puerto-Canteras.
Me parece loable la iniciativa pero no sé si el Gobierno de Canarias piensa recurrir más a menudo a nuestro “canarian human power”, que más de 250000 parados dan para mucho limpiar y muchos árboles que plantar (por otro ejemplo); pero creo que algunas de las tareas se podrían agilizar con el empleo de máquinas herramientas, aunque sean de procedencia china o hindú.

martes, 12 de julio de 2011

INDIGNADO (Otro más no importa)

He estado dudando algún tiempo si merecía la pena colgar esta entrada. Así que si ustedes la están leyendo es porque he tenido un rapto de indignación –que no de lucidez- y lo he hecho. Les pido disculpas por adelantado a los indignados del 15 M y a Stéphane Hessel por apropiarme de su terminología para un caso menor.
Como ustedes saben, he tenido problemas con la ITV de mi coche (que ya he podido solventar, tras casi tres semanas de desespero) y en el tiempo que ha pasado se me cruzó un coche interesante y asequible para sustituirlo.
Dado que no disponía del capital necesario: unos cinco mil euros (del ala, que decía el dibujante Ibáñez) me dirigí a la oficina de la entidad bancaria (con retintín eso de “entidad”) donde tengo domiciliada mi nómina y mi hipoteca desde hace casi treinta años.
Allí le expuse a la amable empleada que me tocó en turno mis intenciones. Ella me miró con la claridad de sus ojos azules, me pidió el DNI y se puso a teclear en una pantalla a la que sólo le podía ver el reverso.
Después de cierto tiempo de cálculos y consultas acerca de mi cuenta y mi solvencia, supongo, me dijo que –probablemente- no habría ningún problema, dada la calidad de mi nómina de funcionario. Además me aclaró que debería contratar un seguro de vida vinculado al préstamo. Le mostré mi perplejidad por ese detalle, porque ya tengo otro seguro de vida contratado con esa “entidad” para cubrir cualquier eventualidad que me ocurriere, vinculado a mi hipoteca.
La amable empleada me indicó que, “según normas bancarias”, cada préstamo debe contar individualmente con un seguro de vida, que no están los tiempos para que los clientes huyan al más allá sin devolverle al banco las deudas previamente.
No me dejó muy tranquilo el asunto pero, como ya me había comprometido con el dueño del coche objeto de mi deseo, terminé aceptando. Los cinco mil euros iniciales se convirtieron rápidamente en cinco mil setecientos, para incluir todos los gastos: el traspaso del vehículo, las comisiones, e seguro, imprevistos y tasas.
Las cifras del préstamo a conceder sumarían entonces unos 5700 Euros, para amortizarlo en cinco años. Eso, pensaba yo, era asumible para poder devolverlo sin apuros. Sin embargo, las cifras iniciales se fueron en un suspiro informático hasta los 7320 Euros, a pagar en cómodas cuotas de 122 Euros mensuales; o sea que mi “entidad bancaria” se iba a embolsar 1620 Euros de beneficio en esa operación; comisiones, seguro y otras menudencias aparte; aplicando un “generoso” interés real del 28% global a cinco años, casi un 6% anual.
Ahora que esto escribo me asombro de haber aceptado inicialmente esas cifras de usura. Después de dos días de espera me personé en la “entidad bancaria” (cómo me gusta ese nombre; confieso) para ver el estado de la operación. La amable empleada me sonrió desde la distancia, confirmándome que sus superiores habían autorizado la operación.
Cuando me llegó el turno, me dijo que me debía hacer un breve cuestionario para la dichosa póliza de seguro de “prima única” que cubriría al banco por si mi persona mortal decidiera ausentarse de este mundo de forma imprevista.
Suelo ser sincero y responder las encuestas de forma honesta, tanto si me preguntan por mis intenciones de voto o si detesto las bebidas carbonatadas. De esa manera le confesé mi estatura y mi (sobre)peso. Le contesté que nunca había sido operado, que no tomaba drogas ni fumaba ni realizaba otras actividades nocivas o peligrosas, salvo escribir sobre lo que me pasa y, a veces también, paso.
Pues bien, entonces, en un momento de la confesión ante la chica de los ojos azules, representante de la alta “entidad bancaria”, ella me preguntó si tomaba alguna medicación de forma regular. Le respondí, con inocencia, que sí; que desde hace un par de años tomo medicación para hipertensión arterial, amlodipino 5 mg.
Desde que tomo esa medicación, una vez al día, mi tensión permanece dentro de los parámetros normales y no he tenido ningún episodio de hipertensión. La dosis de medicamento es la más baja que se receta a los hipertensos y llevo una vida de lo más ordenada que puedo, cuidando lo que como y bebo.
Pues bien, desde que mencioné este hecho, el ordenador donde se tramitaba el prestamito en cuestión bloqueó cualquier paso ulterior. La chica me miró, diciéndome que debería llevar un cuestionario a mi médico para que certificara ciertos datos acerca de mi “enfermedad”. Además me dijo que, si la “entidad aseguradora” (filial de la bancaria, por cierto) no quedaba satisfecha, debería pasar una revisión por parte de los médicos de la aseguradora –todo a mi cargo, por supuesto- para comprobar cómo de sólido era mi estado de salud; poco menos que debía desnudarme del todo y quedar expuesto al escrutinio de algún veterinario que querría mirarme desde los dientes hasta barba cana. Y me niego a que nadie –salvo mi esposa- me desnude.
He estado un par de días, con el cuestionario en la mochila, esperando por la cita con mi nefrólogo para que me firmara su plácet. Cada vez que lo miro, me sube la indignación y me invade una incómoda sensación de estar sujeto a una intromisión en mi vida privada, rayana en lo anticonstitucional.
Y seguramente no merece la pena.
Mi pequeña “entidad bancaria” de toda la vida, que ahora se ha “fisionado” con otras cuantas más para crear una “entidad” mayor, recibe puntualmente mi nómina desde hace 30 años. Además, he contratado con ellos varias hipotecas sucesivas y abusivas, sin techo y con suelo. Me han pasado cualquier incremento del EURIBOR sin anestesia y se han amparado en una oscura cláusula para negarse a bajarlo más allá de un límite. Y ahora, que solicito una pequeña cantidad de dinero, esta misma “entidad” quiere saber qué riesgo de morirme corro.
Me parece abusivo, indignante y rayando con la intromisión en derechos constitucionales de privacidad. Me discriminan por ser cincuentón e hipertenso, en la misma medida que discriminan a otras minorías.
Esto así no merece la pena.
Como dicen los “indignados”, otro mundo es posible; debería ser posible. Mientras los bancos fomentaron hace unos cuantos años la concesión ciega de préstamos e hipotecas, ahora cierran el grifo de manera descarada, buscando restricciones a cualquiera que se acerque a pedir dinero, disuadiendo a muchos como yo. El sistema bancario internacional se inclina cada vez más a la seguridad aparente, para sólo prestar dinero a los que ya disponen de él.
Se me ocurren dos ejemplos breves de colectivos que no tienen más remedio que usar otros sistemas alternativos, quizás tan injustos como el actual, o con elementos opacos a los elementos de control financiero y fiscal.
Alguien me dijo que los comerciantes chinos, que están floreciendo como setas después de la lluvia, no usan los sistemas bancarios occidentales. Pocos disponen de terminales de tarjetas bancarias y se financian entre sí, usando lazos familiares y nexos de clanes para prestarse el dinero y hasta los trabajadores, si hiciera falta. Los comercios no recurren a las vías bancarias para tener capital ni para hacer su gestión.
No sé qué interés ni qué plazos de devolución de lo prestado usan, pero cada día se abren más comercios de comerciantes chinos. Seguro que les resulta más conveniente que los de mi “entidad” bancaria. No creo que ningún negocio o inversión pueda resultar rentable cuando se le aplica un interés del 28% a cinco años y se exige que la salud del prestado sea perfecta.
Hace unos cuantos meses le pedí a mi amigo Amadou, senegalés de Kaolak, que me buscara unas máscaras africanas originales de su país. En ese momento, Amadou se encontraba en Touba, en casa de su familia y me dijo que le enviara el dinero para que él se encargara de la gestión. Me envió a un locutorio regentado por unos hermanos de etnia wolof en la zona del Parque de Santa Catalina. Pensé que habría de enviar el dinero a través de algún intermediario en transferencia internacional de capital, tipo Western Union.
Cuál fue mi perplejidad cuando me dijo que no, que no debía enviarlo por esas empresas de transferencia de dineros, sino que debía dárselo en mano a su amigo Diaphané (los nombres están cambiados); que él sabía cómo hacérselo llegar. No estaba muy seguro de la discreción del método, pero le di el dinero a Diaphané, indicando para quién era y que estaba por la región de Touba.
Tres días más tarde, Amadou me confirmó que el dinero le había llegado, con un pequeño descuento en francos CFA para los correos que se lo habían alcanzado.
Cuando Amadou regresó de Senegal me trajo en mano dos hermosas máscaras africanas tradicionales. No sé cómo le llegó el dinero, pero parece que los africanos también poseen algún tipo de estructura alternativa para el movimiento de capitales, sin pasar por el tamiz de las “entidades bancarias”.
Quizás el sistema bancario y económico de occidente haya entrado en una grave crisis. Creo que, tanto los africanos como los chinos, por no hablar de otras comunidades minoritarias, están buscando y usando métodos alternativos a la circulación de capital.
Me niego a seguir hablando más del banco, de la caja, de la banquía, de la ruleta rusa y de otras ocurrencias del sistema bancario para seguir flotando como un corcho en medio del mar de daños colaterales que ellos mismos causan.
Me niego a bajarme ninguna otra prenda de ropa, me opongo a que me ausculten, me hagan electrocardiogramas, que archiven mis análisis de sangre y sepan qué comí ayer. Me niego a desnudarme más de lo que ya estoy delante de los guardianes de mi hipoteca.
A cambio, me he ido a la Playa de las Canteras. La panza de burro que cubre los cielos del verano se ha dignado hoy en levantar el velo de nubes bajas que cubre la ciudad.
La marea estaba bajando y me dirigí hacia la barra, sobrevolando los fondos arenosos, tendido sobre la superficie, como un ballenato cansado. El agua estaba en calma mientras el sol comenzaba a calentar.
Llegué hasta donde la barra se rompe, entre Los Lisos y la Peña de la Vieja, dejando paso a la entrada del oleaje. El mar se tintaba de verde esmeralda y, en un rapto de cordura, me quité el bañador, quedándome desnudo, libre ante el cielo y el mar, lejos de los ojos pudendos de los bañistas de la orilla y a años luz de mi “entidad bancaria”.
Quizás mañana le pida el préstamo a algún honrado comerciante fenicio de la época de Asterix o siga yendo en el seiscientos, que es mejor.

jueves, 7 de julio de 2011

LA ABUBILLA Y EL NOMBRE DE SU CANTO

Esta mañana oí una abubilla cantar. La bella ave estaba posada encima de un mato de malgusto picoteando chuchangos pegados a su tronco seco. El malgusto es un arbusto de aspecto desmadejado, hojas de un verde desvaído y flores amarillas que por Lanzarote llaman tabobo o árbol bobo y otros llaman, más apropiadamente, tabaco moro; porque no es otra cosa que un pariente menor del tabaco, la Nicotiana glauca de los botánicos, que procede de la Argentina.
Nicotiana glauca
Cuando miré con atención al apupú, como la llamábamos en mi infancia, el ave enderezó su cresta, retiró su pico curvo de la rama y produjo un sonido agudo que sirvió de aviso a otro ejemplar que saltaba un poco más allá, sobre unos verodes resecos, dando buena cuenta de otra colonia de caracoles pegados al tronco. Como quiera que cometí la imprudencia de acercarme, las dos aves saltaron y emprendieron, al unísono, un vuelo rápido hasta las fincas del barranco, alejándose de mí.
Las abubillas emitieron un canto repetido, que sonaba: ”up-up-up”, onomatopeya que les da su nombre científico, Upupa epops. Durante unos instantes las seguí con la mirada, pensando en la belleza de aquellas vistosas aves y me intrigó la pregunta de cómo se llamaría el nombre de ese canto: ¿upupar? ¿upupear? ¿apupear? Abubilla

Ninguna de esas palabras están en el RAE, en el Diccionario del Uso del Español de María Moliner. Así que me puse a darle a las teclas y me di un “garbeo” novelero por este “internete” nuestro buscando respuestas.
Por ninguna parte las encontré. Durante el almuerzo le pregunté a mi octogenaria madre, como último recurso de sabiduría popular, en vano: Nadie parece saber cómo se llama el canto de la abubilla.
Un poco más tarde indagué de nuevo por la red de redes hasta toparme con un curioso artículo en el periódico digital de ABC, fechado ayer, día seis de julio. ABC
Allí hacían repaso a las voces de los animales, citando -a su vez- dos blogs: uno llamado “Estilo”, de la Fundación para el Español Urgente (Fundéu) ESTILO  y otro, Blog de Lengua Española, de Alberto Bustos, profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Extremadura. ALBERTO BUSTOS
En ambos blogs tendrá ocasión el lector oportunidad de repasar cómo se llaman las voces de algunos animales, unos muy conocidos y otros menos. Podrá recordar que las golondrinas trisan, las cigüeñas crotoran, los loros garran y la perdiz ajea.
Mientras eso ocurre, yo sigo buscando el nombre de la voz de la abubilla. Y ya puestos, también el de la gaviota argéntea (Larus cachinnans) y el del vencejo unicolor (Apus unicolor), que surca el cielo de Canarias en este verano macaronésico, ¿“trisando”? entre los celajes del alisio. Si alguien conoce sus nombres, les agradecería cualquier información.

lunes, 4 de julio de 2011

La opinión de mi barbero, la inspección de la ITV, un cinturón de seguridad y Kopi Luwak.

Esta mañana mi barbero, don Pedro, el de Tamaraceite, me dijo que KOPI LUWAK era una de las diez mejores novelas publicadas en España en los últimos veinte años y a mi ego le dio una subida de “egotina” que todavía estoy tratando de bajar.
Mientras algún crítico literario de mayor renombre -que no de mejor autoridad y sapiencia que don Pedro- no piense lo mismo, procuraré no mencionar demasiado los piropos que me dedicó desde la puerta de la barbería mientras aparcaba mi seiscientos para ir a la oficina de Correos, haciéndome al mismo tiempo una oferta tentadora por el “pelotilla” (nombre cariñoso que se le da al redondito SEAT 600).
Ando atribulado y cabreado con la ITV y mi pobre coche de diario. He tenido que tirar del humilde seiscientos para desplazarme por la ciudad haciendo éste o aquel recado en los primeros días de vacaciones. Espero que el amable lector me perdone tanto rollo automovilístico, pero no encuentro otro alivio que contar mis cuitas en este blog ya veraniego.
Como decía, el pasado día 23 de junio tenía cita en la ITV. Mi coche actual tiene unos diez años de vida y está en buenas condiciones mecánicas -entre otras cosas porque le suelo hacer yo mismo el mantenimiento- y no esperaba sobresaltos en la inspección anual.
Así que fui a la estación inspeccionadora correspondiente después de haberle dado una ducha cosmética a mi Ford Mondeo y haber revisado los órganos que suelen dar la lata con los quisquillosos revisores. Todo aparentaba estar en orden. Fui a mediodía, esperando no tener que guardar cola.
Cuando llegué allí -sin cita previa- me alegré de que no hubiera mucha gente. Y sin espera alguna, me dispuse a afrontar el calvario del túnel mecánico. La primera parte de la inspección revisa los órganos de comunicación externos del vehículo: luces, intermitentes, bocina, limpiaparabrisas, se verifica que los cinturones de seguridad funcionan correctamente y se realizan otras crípticas revisiones en el más absoluto mutismo.
Me pareció que el mecánico hacía un gesto como de perro cazador que ha olisqueado una presa o, tal vez, pensé, lo estaba confundiendo con el hastío del que tiene que repetir cien veces a lo largo del día las mismas operaciones. Me distraje pensando en la memoria del proyecto lector y de biblioteca que tenía que realizar esa tarde para el colegio y no le presté mucha más atención: pensaba que mi coche no tenía nada de lo que preocuparse.
Después de esa primera estación de tortura, moví el vehículo hacia adelante para medir los gases. Confieso que esa era mi única preocupación; no fuese a ser que la sonda lambda o el catalizador con los años ya no funcionaran correctamente y el nivel de monóxido de carbono y de otros gases de combustión fuera demasiado elevado. Mirando el aparato medidor, comprobé aliviado como el motor de mi coche seguía emitiendo los gases dentro de los parámetros legales.
La siguiente comprobación verificaba los frenos, los cuales cumplían con creces su cometido. Me sentía tranquilo y confiado de obtener la pegatina hasta el año siguiente.
Ya sólo faltaba el chequeo de los bajos, la dirección y las suspensiones delanteras. Con las consabidas sacudidas, se acababa la “inspección técnica” y se me acercó uno de los mecánicos enfundado en su mono de trabajo. El veredicto me dejó helado: “su vehículo ha sido rechazado por un defecto grave”.
-“¿Qué defecto?”- atiné a decir con cara de pasmado.
- El cinturón central trasero no funciona- me llegó su respuesta lacónica, mientras me alargaba un cartapacio con los papeles sellados, donde decía que mi coche tenía un defecto grave de código no sé cuántos y que no podría circular por la vía pública de forma legal hasta que no lo subsanara.
Pues sí, efectivamente, la cara del mecánico inspector era la de un perro de presa que había encontrado un defecto en el cinturón de seguridad del asiento trasero, el de posición central para ser más exacto. Creo que nunca nadie se ha sentado en ese sitio y el cinturón debía haberse agarrotado de la falta de uso.
Cuando fui a pedir aclaraciones al responsable de la instalación revisora me dijo que la normativa pone bien clarito, negro sobre blanco, que los cinturones de los vehículos matriculados después de 1992 deben funcionar en las cinco plazas correctamente. Como quiera que uno de los míos no funciona, me rechazaron el coche, con ¡defecto grave!
No quiero cansar al lector de mi blog con los detalles del vía crucis que ha significado la “broma” de la normativa. Sólo le dejo algunas pinceladas: Estuve dos horas largas desmontando el cinturón de las profundidades abismales del respaldo trasero, intentando no dañar ni el tapizado ni los distintos broches del mismo. Una vez extraído el dichoso aparatito, comprobé que no tenía reparación: un diminuto engranaje de plástico se había cuarteado y roto, soltando un muelle de acero y obstruyendo el funcionamiento del rodillo que mueve el cinturón. Como quiera que no esperaba poder encontrar repuesto para el engranaje plástico decidí buscarme un cinturón de segunda mano completo.
El día siguiente al incidente de la ITV, día de San Juan y festivo en la capital de la isla, estuve toda la mañana buscando en las chatarras de otros municipios, pensando que sería fácil localizar uno usado (para evitarme tener que comprarlo nuevo).
El periplo por el sur de la isla me sirvió para comprobar dos cosas: primera, que las chatarras se han modernizado e informatizado; y segunda, que ya no conservan los coches enteros. Ahora los descontaminan, los despojan de los componentes más habituales y achatarran el resto. Si uno busca cualquier cosa que no sea de las más solicitadas está perdido.
Como quiera que los cinturones de seguridad centrales de los asientos traseros no deben averiarse con frecuencia, los chatarreros no los desmontan ni los guardan. O sea, que no tienen: los envían a ser prensados con la carrocería pelada.
Siempre me ha gustado reparar mis coches yo solito; al menos en lo que mis conocimientos y medios técnicos alcanzan. Además, busco los componentes en las chatarrerías o en los almacenistas de recambios viejos (entre otras cosas porque la media de edad de mis coches suele superar los veinte años). Conozco a varios chatarreros antiguos en la isla y fuera de ella; pero en estos días he comprobado que muchos han ido dejando el negocio, empujados por la normativa que les ha obligado a desguazar los coches y a modernizar su gestión. Afortunadamente Internet es una herramienta fantástica para localizar piezas en cualquier lugar del mundo y recuerdo haber conseguido piezas en medio mundo: desde Sudáfrica a Nueva Zelanda, pasando por Suecia o Luxemburgo.
Pues bien, he sido incapaz de localizar en la isla el dichoso cinturón de seguridad de mi coche. Sólo me ha quedado como último recurso acudir a la casa oficial. Encargué la pieza, según catálogo, la semana pasada.
Después de esperar algunos días a que la enviaran desde no sé qué central de repuestos en la Península Ibérica, me llegó el cinturón de marras.
Pero, comprobé que no era exactamente igual al roto. La fábrica decidió en algún momento cambiar el diseño y ya no tienen el del que se rompió en mi coche. Consultando con el amable concesionario oficial, me dice que no hay otra solución que cambiarlo todo: anclajes y cinturón.
No quiero hablar de costos; pero llevo casi dos semanas para solucionar el problema. Y todavía no lo he podido hacer. Mi coche está inmovilizado, en perfecto estado de marcha, inútil para ser usado legalmente.
Hace un par de meses me llegó un ejemplar de “Oldtimer Markt”, la revista alemana de coches clásicos a la que estoy suscrito, y leí un artículo acerca del excesivo celo de las empresas que se encargan de revisar las condiciones técnicas de los vehículos clásicos. El artículo hablaba de que parecía existir algún tipo de instrucciones extraoficiales para endurecer las revisiones técnicas.
Mostraban los redactores de la revista seria preocupación por esta situación, opinando que no se puede extorsionar a los propietarios de vehículos de cierta edad para que les sea imposible o muy difícil mantenerlos en estado de funcionamiento y uso.
A mí siempre me pareció que en las estaciones de ITV mostraban comprensión y tolerancia con los vehículos clásicos. En este caso me parece que hay sospechosas coincidencias, siendo irracionalmente estrictos. Como quiera que hay un descenso de número de ventas de coches nuevos, parece que se endurecen las revisiones para forzar a que uno renueve, quiera o no quiera, su vehículo.
De todas formas, tarde o temprano arreglaré el cinturón y pasaré la ITV. Después lo pondré a la venta por ser demasiado joven y empezaré a buscar algún otro vehículo más viejo, a ser posible libre de impuestos, para uso diario. Aunque, quizás siga andando con mi seiscientos D de 1967, si logro evitar que mi barbero me haga una oferta por él que no pueda rechazar.