Decía hace unos días el
número dos de la OCDE, el estadounidense Richard A. Boucher, que
España sólo sirve para hacer vino tinto y el flamenco. Este
comentario informal y casual del “diplomático” norteamericano ha
levantado gran polvareda entre nuestra cuestionada clase política y
la sufrida ciudadanía de a pie.
En los últimos tiempos
me debato entre la rabia contenida por la situación política y
social y las pequeñas ilusiones personales. Tras cada noticia
pesimista relacionada con recortes salariales o pérdidas sociales,
surge un comentario brillante de alguno de mis alumnos de siete u
ocho años o brota un sector del jardín escolar con su rosaleda
primaveral, para reconciliarme con el universo.
Son pequeñas
satisfacciones, reconozco, pero tienen la virtud de levantarme el
ánimo y hacer posible que vuelva mi mirada hacia el reverso de las
cosas o que busque la luz entre las grietas. “There’s a crack in
everything. That’s how the light gets in…” (Leonard Cohen).
Este fin de semana
literario he andado por la Feria del Libro de Las Palmas, saludando a
libreros, editores y escritores conocidos. Parece que el mundo
literario florece mejor –como siempre ocurrió- en las épocas
difíciles y anda todo el mundo tratando de promocionarse como
buenamente puede en unas casetas establecidas por los valientes
supervivientes del mundo de la letra impresa.
Más tarde he visto por
doquier, en Las Canteras, en Siete Palmas y hasta en Tamaraceite
mucha gente “disfrazada” de andaluces: mujeres ataviadas con
trajes de faralaes y hombre tocados de sombreros cordobeses. Parece
que se ha puesto de moda celebrar algo parecido a la Feria de Abril
sevillana por estos lares asirocados.
Respetando el deseo de
cada cual a la juerga y la fiesta, me pareció que se le está dando
la razón al señor Boucher, y que formamos parte de ese país de
vino y parranda. Admito que no he estado nunca en la verdadera Feria
de Abril y sólo he visto imágenes de televisión y prensa. Pero lo
que he visto por nuestras calles y plazas no parece ser otra cosa que
un carnaval de temática pseudoandaluza: señoras cubiertas con
floripondios artificiales en el pelo y trajes de muchos colorines
chinos; así como señores a juego, vestidos con chalecos y sombreros
andaluces.
La fiesta que se ha
estado celebrando en la zona de La Puntilla ha estado repleta de
personas ataviadas para la ocasión, degustando una mezcla de comida
canaria y sarao flamenco bailable a los sones de una banda del estilo
de la de Agaete, que hacía moverse a los presentes, tanto con los
sones de una isa parrandera como con un bolero o unas sevillanas.
No es que tenga nada en
contra de que la gente busque alivio a sus penas en las fiestas de
cualquier signo, pero me parece triste que las fiestas se conviertan
en el “leit motiv” de nuestras existencia.
Para seguir con los temas
festivos les cuento algo que dicen por ahí: al parecer, uno de los
vástagos de un exitoso empresario turístico va a contraer nupcias
próximamente o tal vez ya lo haya hecho, que quienes me lo han
contado no están muy seguros de las fechas, aunque sí del asunto en
cuestión.
La cuestión es que el
tal hijo de su padre quería celebrar a toda costa la ceremonia en
los jardines de la explotación turística. Y héte aquí, que el
novio habló con el sacerdote que debía celebrar el sacramento para
pedirle que lo hiciera en los salones y céspedes de palacio.
El cura, con buen
criterio, le respondió que él no era un ministro protestante y que
–si quería ser casado- debía hacerlo en un templo consagrado,
como todo buen católico que se preciara.
En vista de que el
humilde sacerdote no estaba dispuesto a transigir, el chico habló
con su influyente padre para que éste intercediera ante el superior
del cura; o sea, el obispo al frente de la diócesis.
Una vez celebrada la
entrevista entre el empresario y el sumo rector, llegó la orden
desde las alturas eclesiásticas: la ceremonia tendría lugar, como
el joven deseaba, en los jardines palaciegos, que quien manda, manda.
Por cierto, recuerdo que
los ancianitos de cierto club de jubilados de la zona de Tamaraceite
estuvieron muchos meses tratando de que algún sacerdote les oficiara
una misa de campaña en una de sus excursiones dominicales, en vano.
Que la intemperie es mala para celebrar misas, salvo para algunos.
Como se repite en los catecismos: muchos son los llamados y pocos los
elegidos.
Y siguiendo con fiestas,
aunque sean fúnebres, todavía colean en mi memoria las alharacas y
voladores de los aficionados del Real Madrid cuando el Barça fue
eliminado por el Chelsea, replicado por hinchas culés cuando le tocó
el turno a los blancos, a manos del Bayern, lanzando tracas y
cohetes. La clave parecía ser: me dejo sacar un ojo si a ti te sacan
los dos.
Me siento hundido cuando
compruebo los instintos cainitas que parecen imperar en estas tierras
nuestras. Vi el partido del Real Madrid con el Bayern München en un
bar repleto de hinchas de los merengues y de feroces culés
antimadridistas, provisto cada bando de las camisetas y bufandas
respectivas.
Entre el varipinto
público,también había una pareja de callados alemanes que no
pararon de beber cerveza hasta que acabó el partido y salieron, tras
el partido flemáticos y discretos, sin ejercer esa
“Fremdeschadenfreude” (alegría por la pena ajena) que se les
pudiera suponer, mientras algún furibundo barcelonista aparentaba
estar más contento con la eliminación madridista que los propios
bávaros.
Así que después de
tanta fiesta vana y vacua, concluyo diciendo que hay un nido de
pechuguitas (petirrojos) en el jardín del colegio y tenemos algunas
ranitas verdes croando entre las hojas del nisperero. El hálito de
la vida sigue latiendo; sólo hay que saber encontrarlo, más allá
de los fiestorros y los ruidos de esta sociedad enferma.
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