martes, 24 de mayo de 2011

TERAKAFT PARA EL DÍA DESPUÉS



Me resisto a escribir una sola línea acerca de las elecciones.  Mi estado de ánimo está tan revuelto que no quiero poner en palabras lo que siento. A pesar de ello, las teclas del ordenador empiezan a vibrar inquietas y surge la palabra.
    Mientras los políticos –vencidos y vencedores, respectivamente- lamen sus heridas o se relamen de satisfacción, el alisio sigue soplando sobre las laderas del norte y el sol luce sobre los sures de las Islas. Hemos amanecido bajo ese mismo alisio húmedo en la ciudad del Real de Las Palmas: se acerca el verano, ajeno al nuevo panorama político en las Islas y en todo el Estado.
    Es el día después y acabo de modificar el fondo de pantalla del ordenador. Es un atardecer en la playa de Las Canteras. La foto está desenfocada, pero tiene la belleza única del orto solar antes de hundirse en el océano detrás de Tenerife. Visto desde la Gran Canaria el cielo explota en una sinfonía de rojos y anaranjados que parecen un volcán purificador.
    Al mismo tiempo he puesto en el ipod las guitarras enarboladas del grupo de música tuareg, Terakaft,  que significa caravana, en el sonoro dialecto del desierto de Mali. Parece que mi alma busca los contrastes extremos del día después: los acampados de las plazas han dejado oír su queja como quien plañe en el desierto y allí me quiero ir.
    Suenan las guitarras eléctricas como armas de una revolución romántica, como los kalashnikovs pacíficos de los hombres azules del desierto, cantando al amor y a la libertad en los escenarios de medio mundo. Los vi y bailé a sus sones en el pasado WOMAD de Gran Canaria junto a mi amada.
    Eran cuatro guitarristas estilizados y completamente cubiertos por el atuendo del desierto. Parecían fuera de lugar hasta que su música rasgó el aire: la percusión rítmica e hipnótica de los campamentos tuaregs se amplificaba por los acordes de las guitarras eléctricas. No había escuchado nada parecido: el bajista es comparable a cualquier grupo de rock occidental. Dancé y salté en trance, sin entender lo que cantaban, pero comprendiendo la poesía que cantaban, junto con otros cientos que buscaban un hueco para escucharlos en la trasera del Parque de Santa Catalina.
    Hoy me quisiera ir a ese desierto, al seco Sáhara central, atalayado de ergs y surcado por los vientos cegadores del hamatán, con miríadas de estrellas que titilen en la noche, marcando el rumbo de las caravanas, escuchando relatos junto a la hoguera del campamento mientras los dromedarios mugen rumiando en el silencio de la noche.
    Me querría ir a ese desierto sino fuera porque vivo en este otro, lleno de políticos sin escrúpulos, de otros inútiles, de ciudadanos desengañados y perplejos, de acampados a la espera de no se sabe qué signo celestial que los guíe y de este bloguero que cuenta lo que le ocurre, escuchando en la soledad a Terakaft. 
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