Mi madre es una fuente inagotable
de recuerdos y anécdotas. Según avanzan los años su memoria empieza a flaquear
y, a modo de exorcismo, repite aquellas historias que amenizaron mi niñez.
El otro día fui con mis alumnos a
visitar uno de esos parques temáticos que atraen a los visitantes con
espectáculos de animales amaestrados: delfines que saltan en una piscina de agua salada “con climatización controlada”,
cacatúas que pedalean en una bicicleta y aves rapaces que capturan cebos
volantes ante audiencias sentadas en cómodos anfiteatros.
Mis alumnos se divirtieron de lo
lindo, viendo especímenes exóticos que algunos nunca habían contemplado en su
vida. Yo salí con otra impresión, viendo aquellos animales ejecutar numeritos de circo, privados de
libertad y alejados de su medio y sus congéneres.
Cuando le conté a mi madre mi
excursión, ella aprovechó para contarme –con la misma parsimonia y misterio de
siempre- una historia que he escuchado de su boca tantas veces que podría dibujarla aquí con su mirada
brillante y su palabra sonora, que han permanecido constantes mientras ha
envejecido con nobleza:
“Había una vez un guirre que
llevaba tiempo sin comer y sucedió que divisó a lo lejos un burro tendido en los tableros del
sur.
Se elevó para poderlo ver desde
arriba, a la manera que hacen los guirres, volando en círculos aprovechándose
del viento que soplaba desde el mar.
Quería comprobar que el animal
estaba muerto. Los guirres son prudentes y tardan tiempo hasta que se deciden a
acercarse a los cadáveres del campo. Su vuelo alto, pronto llamó la atención de
otros guirres que sabían que cuando un congénere orbitaba en círculos sobre el
mismo sitio eso significaba comida en el suelo.
Cada vez se aproximaban más aves:
guirres, cuervos y hasta alcaudones empezaron a girar sobre el asno tendido.
Todos esperaban a que el primer atrevido se decidiera a bajar junto al burro
para comprobar si estaba realmente muerto.
El guirre que llegó primero,
sentía mucha hambre y quería descender para comprobar si el pollino era ya
cadáver. Aparentemente, no había movimiento en el cuerpo tendido en el suelo,
pero otros guirres no estaban seguros.
-Yo creo que todavía respira
–dijo un guirre viejo.
-Está muerto, y bien muerto
–respondió el hambriento.
-No seas imprudente. Si el burro
está vivo te puede hacer daño –añadió un tercero.
Mientras las aves discutían, el
guirre impaciente se lanzó en picado en círculos descendentes.
-Vete primero a los ojos –le
aconsejó el viejo, desde lo alto.
El apresurado guirre se posó
cerca del animal tendido mientras los demás carroñeros observaban desde la
seguridad de la altura. El alimoche canario joven se acercó hacia el burro con
las plumas blancas de la cabeza erizadas por el viento que azotaba el tablero
cubierto de tabaibas y cardones. Lo miró a un par de metros de distancia con
desconfianza. No detectó señales de vida y se dirigió al ojo equivocado.
El guirre se aproximó por detrás
buscando uno de los sitios blandos del animal y allí intentó picar.
Lo siguiente que sintió fue la
presión del esfínter del burro al cerrarse con violencia sobre el pico. El asno
reunió las pocas fuerzas que le quedaban, se incorporó y sacudió al atrevido guirre,
atrapado en las entrañas del mamífero.
En una de las sacudidas, el ave
quedó libre, atontada por las sacudidas del burro. Recuperó la compostura como
pudo y emprendió el vuelo ayudado por la subida térmica del aire. Estaba
estremecido pero ileso. Cuando llegó a la altura de la bandada de carroñeros
que seguían acechando al burro agonizante dijo:
- Juro que la próxima voy al ojo
y después al culo.”
Mi madre todavía se ríe por la
travesura de contar una historia con elementos escatológicos que entretenían a
toda la pandilla de mis primos durante las tardes sin televisión de mi niñez.
Fue la televisión la que me
aclaró años más tarde el curioso comportamiento de los guirres. El ínclito
doctor Rodríguez de la Fuente dedicó un capítulo completo a la vida del
alimoche (que es como se conoce al guirre en la Península Ibérica). El famoso
divulgador decía que los alimoches no tienen el pico tan fuerte como los
grandes buitres y tienen que esperar la llegada de los reyes de la carroña para
que rompan la piel de los cadáveres y puedan alimentarse.
Como quiera que en Canarias no
había buitres, los guirres empiezan buscando las partes más blandas, como los
ojos y el culo de los animales muertos para acceder a sus entrañas. Así que la historia de mi madre debe tener una
base real. Alguien observó el hecho y lo contó. Algún alimoche canario se llevó
un buen susto, llevado por su inexperiencia, y la memoria popular le llevó la
historia a mi madre.
Cuando era niño le decía a mi
madre que quería ver algún guirre. Ella me decía que no quedaban en Gran
Canaria. Me decía que la última vez que los vio fue en la gran plaga de
langosta del año 1954.
La plaga fue combatida con DDT
que se pulverizaba a gran escala por todas partes. El insecticida causó una
gran mortandad en toda la cadena alimenticia, desde las langostas hasta todos
aquellos animales que hacían presa en ellas, incluidos los guirres.
Los pequeños buitres canarios
fueron casi exterminados hasta desaparecer durante los años siguientes, debido
a los estragos del DDT y la cacería supersticiosa.
Sólo pude ver una pareja de
guirres durante los años ochenta en Fuerteventura, volando majestuosos sobre la
montaña de Cardón, fronteriza entre Maxorata y Jandía, buscando alguna cabra
despeñada.
Estos últimos días cuando acabo
de ver el vuelo domesticado de un marabú africano o de un águila calva
americana, añoro el vuelo libre de los guirres canarios, los guinchos
pescadores y hasta los cuervos sobre los cielos de las islas.
Muchos de los que hemos subido la
cordillera pirenaica a pie hemos admirado el magnífico vuelo de los buitres
resaltados sobre el aire límpido de las montañas. Me gustaría que se hiciera como
en los Pirineos, donde se han vuelto a introducir los buitres leonados, con la
cooperación de los ganaderos que han llegado a acuerdos de dejar los cadáveres
de ovejas, vacas y caballos tendidos en el campo, dejando la tarea de limpieza
ecológica a los grandes carroñeros alados.
1 comentario:
Muy bueno, claro, preciso, didáctico y corto como debe ser un buen cuento. Guárdalo para cuando tengas unos cuantos como este los publiques en papel que es el soporte de siempre para la buena literatura.2341
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