lunes, 4 de julio de 2011

La opinión de mi barbero, la inspección de la ITV, un cinturón de seguridad y Kopi Luwak.

Esta mañana mi barbero, don Pedro, el de Tamaraceite, me dijo que KOPI LUWAK era una de las diez mejores novelas publicadas en España en los últimos veinte años y a mi ego le dio una subida de “egotina” que todavía estoy tratando de bajar.
Mientras algún crítico literario de mayor renombre -que no de mejor autoridad y sapiencia que don Pedro- no piense lo mismo, procuraré no mencionar demasiado los piropos que me dedicó desde la puerta de la barbería mientras aparcaba mi seiscientos para ir a la oficina de Correos, haciéndome al mismo tiempo una oferta tentadora por el “pelotilla” (nombre cariñoso que se le da al redondito SEAT 600).
Ando atribulado y cabreado con la ITV y mi pobre coche de diario. He tenido que tirar del humilde seiscientos para desplazarme por la ciudad haciendo éste o aquel recado en los primeros días de vacaciones. Espero que el amable lector me perdone tanto rollo automovilístico, pero no encuentro otro alivio que contar mis cuitas en este blog ya veraniego.
Como decía, el pasado día 23 de junio tenía cita en la ITV. Mi coche actual tiene unos diez años de vida y está en buenas condiciones mecánicas -entre otras cosas porque le suelo hacer yo mismo el mantenimiento- y no esperaba sobresaltos en la inspección anual.
Así que fui a la estación inspeccionadora correspondiente después de haberle dado una ducha cosmética a mi Ford Mondeo y haber revisado los órganos que suelen dar la lata con los quisquillosos revisores. Todo aparentaba estar en orden. Fui a mediodía, esperando no tener que guardar cola.
Cuando llegué allí -sin cita previa- me alegré de que no hubiera mucha gente. Y sin espera alguna, me dispuse a afrontar el calvario del túnel mecánico. La primera parte de la inspección revisa los órganos de comunicación externos del vehículo: luces, intermitentes, bocina, limpiaparabrisas, se verifica que los cinturones de seguridad funcionan correctamente y se realizan otras crípticas revisiones en el más absoluto mutismo.
Me pareció que el mecánico hacía un gesto como de perro cazador que ha olisqueado una presa o, tal vez, pensé, lo estaba confundiendo con el hastío del que tiene que repetir cien veces a lo largo del día las mismas operaciones. Me distraje pensando en la memoria del proyecto lector y de biblioteca que tenía que realizar esa tarde para el colegio y no le presté mucha más atención: pensaba que mi coche no tenía nada de lo que preocuparse.
Después de esa primera estación de tortura, moví el vehículo hacia adelante para medir los gases. Confieso que esa era mi única preocupación; no fuese a ser que la sonda lambda o el catalizador con los años ya no funcionaran correctamente y el nivel de monóxido de carbono y de otros gases de combustión fuera demasiado elevado. Mirando el aparato medidor, comprobé aliviado como el motor de mi coche seguía emitiendo los gases dentro de los parámetros legales.
La siguiente comprobación verificaba los frenos, los cuales cumplían con creces su cometido. Me sentía tranquilo y confiado de obtener la pegatina hasta el año siguiente.
Ya sólo faltaba el chequeo de los bajos, la dirección y las suspensiones delanteras. Con las consabidas sacudidas, se acababa la “inspección técnica” y se me acercó uno de los mecánicos enfundado en su mono de trabajo. El veredicto me dejó helado: “su vehículo ha sido rechazado por un defecto grave”.
-“¿Qué defecto?”- atiné a decir con cara de pasmado.
- El cinturón central trasero no funciona- me llegó su respuesta lacónica, mientras me alargaba un cartapacio con los papeles sellados, donde decía que mi coche tenía un defecto grave de código no sé cuántos y que no podría circular por la vía pública de forma legal hasta que no lo subsanara.
Pues sí, efectivamente, la cara del mecánico inspector era la de un perro de presa que había encontrado un defecto en el cinturón de seguridad del asiento trasero, el de posición central para ser más exacto. Creo que nunca nadie se ha sentado en ese sitio y el cinturón debía haberse agarrotado de la falta de uso.
Cuando fui a pedir aclaraciones al responsable de la instalación revisora me dijo que la normativa pone bien clarito, negro sobre blanco, que los cinturones de los vehículos matriculados después de 1992 deben funcionar en las cinco plazas correctamente. Como quiera que uno de los míos no funciona, me rechazaron el coche, con ¡defecto grave!
No quiero cansar al lector de mi blog con los detalles del vía crucis que ha significado la “broma” de la normativa. Sólo le dejo algunas pinceladas: Estuve dos horas largas desmontando el cinturón de las profundidades abismales del respaldo trasero, intentando no dañar ni el tapizado ni los distintos broches del mismo. Una vez extraído el dichoso aparatito, comprobé que no tenía reparación: un diminuto engranaje de plástico se había cuarteado y roto, soltando un muelle de acero y obstruyendo el funcionamiento del rodillo que mueve el cinturón. Como quiera que no esperaba poder encontrar repuesto para el engranaje plástico decidí buscarme un cinturón de segunda mano completo.
El día siguiente al incidente de la ITV, día de San Juan y festivo en la capital de la isla, estuve toda la mañana buscando en las chatarras de otros municipios, pensando que sería fácil localizar uno usado (para evitarme tener que comprarlo nuevo).
El periplo por el sur de la isla me sirvió para comprobar dos cosas: primera, que las chatarras se han modernizado e informatizado; y segunda, que ya no conservan los coches enteros. Ahora los descontaminan, los despojan de los componentes más habituales y achatarran el resto. Si uno busca cualquier cosa que no sea de las más solicitadas está perdido.
Como quiera que los cinturones de seguridad centrales de los asientos traseros no deben averiarse con frecuencia, los chatarreros no los desmontan ni los guardan. O sea, que no tienen: los envían a ser prensados con la carrocería pelada.
Siempre me ha gustado reparar mis coches yo solito; al menos en lo que mis conocimientos y medios técnicos alcanzan. Además, busco los componentes en las chatarrerías o en los almacenistas de recambios viejos (entre otras cosas porque la media de edad de mis coches suele superar los veinte años). Conozco a varios chatarreros antiguos en la isla y fuera de ella; pero en estos días he comprobado que muchos han ido dejando el negocio, empujados por la normativa que les ha obligado a desguazar los coches y a modernizar su gestión. Afortunadamente Internet es una herramienta fantástica para localizar piezas en cualquier lugar del mundo y recuerdo haber conseguido piezas en medio mundo: desde Sudáfrica a Nueva Zelanda, pasando por Suecia o Luxemburgo.
Pues bien, he sido incapaz de localizar en la isla el dichoso cinturón de seguridad de mi coche. Sólo me ha quedado como último recurso acudir a la casa oficial. Encargué la pieza, según catálogo, la semana pasada.
Después de esperar algunos días a que la enviaran desde no sé qué central de repuestos en la Península Ibérica, me llegó el cinturón de marras.
Pero, comprobé que no era exactamente igual al roto. La fábrica decidió en algún momento cambiar el diseño y ya no tienen el del que se rompió en mi coche. Consultando con el amable concesionario oficial, me dice que no hay otra solución que cambiarlo todo: anclajes y cinturón.
No quiero hablar de costos; pero llevo casi dos semanas para solucionar el problema. Y todavía no lo he podido hacer. Mi coche está inmovilizado, en perfecto estado de marcha, inútil para ser usado legalmente.
Hace un par de meses me llegó un ejemplar de “Oldtimer Markt”, la revista alemana de coches clásicos a la que estoy suscrito, y leí un artículo acerca del excesivo celo de las empresas que se encargan de revisar las condiciones técnicas de los vehículos clásicos. El artículo hablaba de que parecía existir algún tipo de instrucciones extraoficiales para endurecer las revisiones técnicas.
Mostraban los redactores de la revista seria preocupación por esta situación, opinando que no se puede extorsionar a los propietarios de vehículos de cierta edad para que les sea imposible o muy difícil mantenerlos en estado de funcionamiento y uso.
A mí siempre me pareció que en las estaciones de ITV mostraban comprensión y tolerancia con los vehículos clásicos. En este caso me parece que hay sospechosas coincidencias, siendo irracionalmente estrictos. Como quiera que hay un descenso de número de ventas de coches nuevos, parece que se endurecen las revisiones para forzar a que uno renueve, quiera o no quiera, su vehículo.
De todas formas, tarde o temprano arreglaré el cinturón y pasaré la ITV. Después lo pondré a la venta por ser demasiado joven y empezaré a buscar algún otro vehículo más viejo, a ser posible libre de impuestos, para uso diario. Aunque, quizás siga andando con mi seiscientos D de 1967, si logro evitar que mi barbero me haga una oferta por él que no pueda rechazar.

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