martes, 12 de julio de 2011

INDIGNADO (Otro más no importa)

He estado dudando algún tiempo si merecía la pena colgar esta entrada. Así que si ustedes la están leyendo es porque he tenido un rapto de indignación –que no de lucidez- y lo he hecho. Les pido disculpas por adelantado a los indignados del 15 M y a Stéphane Hessel por apropiarme de su terminología para un caso menor.
Como ustedes saben, he tenido problemas con la ITV de mi coche (que ya he podido solventar, tras casi tres semanas de desespero) y en el tiempo que ha pasado se me cruzó un coche interesante y asequible para sustituirlo.
Dado que no disponía del capital necesario: unos cinco mil euros (del ala, que decía el dibujante Ibáñez) me dirigí a la oficina de la entidad bancaria (con retintín eso de “entidad”) donde tengo domiciliada mi nómina y mi hipoteca desde hace casi treinta años.
Allí le expuse a la amable empleada que me tocó en turno mis intenciones. Ella me miró con la claridad de sus ojos azules, me pidió el DNI y se puso a teclear en una pantalla a la que sólo le podía ver el reverso.
Después de cierto tiempo de cálculos y consultas acerca de mi cuenta y mi solvencia, supongo, me dijo que –probablemente- no habría ningún problema, dada la calidad de mi nómina de funcionario. Además me aclaró que debería contratar un seguro de vida vinculado al préstamo. Le mostré mi perplejidad por ese detalle, porque ya tengo otro seguro de vida contratado con esa “entidad” para cubrir cualquier eventualidad que me ocurriere, vinculado a mi hipoteca.
La amable empleada me indicó que, “según normas bancarias”, cada préstamo debe contar individualmente con un seguro de vida, que no están los tiempos para que los clientes huyan al más allá sin devolverle al banco las deudas previamente.
No me dejó muy tranquilo el asunto pero, como ya me había comprometido con el dueño del coche objeto de mi deseo, terminé aceptando. Los cinco mil euros iniciales se convirtieron rápidamente en cinco mil setecientos, para incluir todos los gastos: el traspaso del vehículo, las comisiones, e seguro, imprevistos y tasas.
Las cifras del préstamo a conceder sumarían entonces unos 5700 Euros, para amortizarlo en cinco años. Eso, pensaba yo, era asumible para poder devolverlo sin apuros. Sin embargo, las cifras iniciales se fueron en un suspiro informático hasta los 7320 Euros, a pagar en cómodas cuotas de 122 Euros mensuales; o sea que mi “entidad bancaria” se iba a embolsar 1620 Euros de beneficio en esa operación; comisiones, seguro y otras menudencias aparte; aplicando un “generoso” interés real del 28% global a cinco años, casi un 6% anual.
Ahora que esto escribo me asombro de haber aceptado inicialmente esas cifras de usura. Después de dos días de espera me personé en la “entidad bancaria” (cómo me gusta ese nombre; confieso) para ver el estado de la operación. La amable empleada me sonrió desde la distancia, confirmándome que sus superiores habían autorizado la operación.
Cuando me llegó el turno, me dijo que me debía hacer un breve cuestionario para la dichosa póliza de seguro de “prima única” que cubriría al banco por si mi persona mortal decidiera ausentarse de este mundo de forma imprevista.
Suelo ser sincero y responder las encuestas de forma honesta, tanto si me preguntan por mis intenciones de voto o si detesto las bebidas carbonatadas. De esa manera le confesé mi estatura y mi (sobre)peso. Le contesté que nunca había sido operado, que no tomaba drogas ni fumaba ni realizaba otras actividades nocivas o peligrosas, salvo escribir sobre lo que me pasa y, a veces también, paso.
Pues bien, entonces, en un momento de la confesión ante la chica de los ojos azules, representante de la alta “entidad bancaria”, ella me preguntó si tomaba alguna medicación de forma regular. Le respondí, con inocencia, que sí; que desde hace un par de años tomo medicación para hipertensión arterial, amlodipino 5 mg.
Desde que tomo esa medicación, una vez al día, mi tensión permanece dentro de los parámetros normales y no he tenido ningún episodio de hipertensión. La dosis de medicamento es la más baja que se receta a los hipertensos y llevo una vida de lo más ordenada que puedo, cuidando lo que como y bebo.
Pues bien, desde que mencioné este hecho, el ordenador donde se tramitaba el prestamito en cuestión bloqueó cualquier paso ulterior. La chica me miró, diciéndome que debería llevar un cuestionario a mi médico para que certificara ciertos datos acerca de mi “enfermedad”. Además me dijo que, si la “entidad aseguradora” (filial de la bancaria, por cierto) no quedaba satisfecha, debería pasar una revisión por parte de los médicos de la aseguradora –todo a mi cargo, por supuesto- para comprobar cómo de sólido era mi estado de salud; poco menos que debía desnudarme del todo y quedar expuesto al escrutinio de algún veterinario que querría mirarme desde los dientes hasta barba cana. Y me niego a que nadie –salvo mi esposa- me desnude.
He estado un par de días, con el cuestionario en la mochila, esperando por la cita con mi nefrólogo para que me firmara su plácet. Cada vez que lo miro, me sube la indignación y me invade una incómoda sensación de estar sujeto a una intromisión en mi vida privada, rayana en lo anticonstitucional.
Y seguramente no merece la pena.
Mi pequeña “entidad bancaria” de toda la vida, que ahora se ha “fisionado” con otras cuantas más para crear una “entidad” mayor, recibe puntualmente mi nómina desde hace 30 años. Además, he contratado con ellos varias hipotecas sucesivas y abusivas, sin techo y con suelo. Me han pasado cualquier incremento del EURIBOR sin anestesia y se han amparado en una oscura cláusula para negarse a bajarlo más allá de un límite. Y ahora, que solicito una pequeña cantidad de dinero, esta misma “entidad” quiere saber qué riesgo de morirme corro.
Me parece abusivo, indignante y rayando con la intromisión en derechos constitucionales de privacidad. Me discriminan por ser cincuentón e hipertenso, en la misma medida que discriminan a otras minorías.
Esto así no merece la pena.
Como dicen los “indignados”, otro mundo es posible; debería ser posible. Mientras los bancos fomentaron hace unos cuantos años la concesión ciega de préstamos e hipotecas, ahora cierran el grifo de manera descarada, buscando restricciones a cualquiera que se acerque a pedir dinero, disuadiendo a muchos como yo. El sistema bancario internacional se inclina cada vez más a la seguridad aparente, para sólo prestar dinero a los que ya disponen de él.
Se me ocurren dos ejemplos breves de colectivos que no tienen más remedio que usar otros sistemas alternativos, quizás tan injustos como el actual, o con elementos opacos a los elementos de control financiero y fiscal.
Alguien me dijo que los comerciantes chinos, que están floreciendo como setas después de la lluvia, no usan los sistemas bancarios occidentales. Pocos disponen de terminales de tarjetas bancarias y se financian entre sí, usando lazos familiares y nexos de clanes para prestarse el dinero y hasta los trabajadores, si hiciera falta. Los comercios no recurren a las vías bancarias para tener capital ni para hacer su gestión.
No sé qué interés ni qué plazos de devolución de lo prestado usan, pero cada día se abren más comercios de comerciantes chinos. Seguro que les resulta más conveniente que los de mi “entidad” bancaria. No creo que ningún negocio o inversión pueda resultar rentable cuando se le aplica un interés del 28% a cinco años y se exige que la salud del prestado sea perfecta.
Hace unos cuantos meses le pedí a mi amigo Amadou, senegalés de Kaolak, que me buscara unas máscaras africanas originales de su país. En ese momento, Amadou se encontraba en Touba, en casa de su familia y me dijo que le enviara el dinero para que él se encargara de la gestión. Me envió a un locutorio regentado por unos hermanos de etnia wolof en la zona del Parque de Santa Catalina. Pensé que habría de enviar el dinero a través de algún intermediario en transferencia internacional de capital, tipo Western Union.
Cuál fue mi perplejidad cuando me dijo que no, que no debía enviarlo por esas empresas de transferencia de dineros, sino que debía dárselo en mano a su amigo Diaphané (los nombres están cambiados); que él sabía cómo hacérselo llegar. No estaba muy seguro de la discreción del método, pero le di el dinero a Diaphané, indicando para quién era y que estaba por la región de Touba.
Tres días más tarde, Amadou me confirmó que el dinero le había llegado, con un pequeño descuento en francos CFA para los correos que se lo habían alcanzado.
Cuando Amadou regresó de Senegal me trajo en mano dos hermosas máscaras africanas tradicionales. No sé cómo le llegó el dinero, pero parece que los africanos también poseen algún tipo de estructura alternativa para el movimiento de capitales, sin pasar por el tamiz de las “entidades bancarias”.
Quizás el sistema bancario y económico de occidente haya entrado en una grave crisis. Creo que, tanto los africanos como los chinos, por no hablar de otras comunidades minoritarias, están buscando y usando métodos alternativos a la circulación de capital.
Me niego a seguir hablando más del banco, de la caja, de la banquía, de la ruleta rusa y de otras ocurrencias del sistema bancario para seguir flotando como un corcho en medio del mar de daños colaterales que ellos mismos causan.
Me niego a bajarme ninguna otra prenda de ropa, me opongo a que me ausculten, me hagan electrocardiogramas, que archiven mis análisis de sangre y sepan qué comí ayer. Me niego a desnudarme más de lo que ya estoy delante de los guardianes de mi hipoteca.
A cambio, me he ido a la Playa de las Canteras. La panza de burro que cubre los cielos del verano se ha dignado hoy en levantar el velo de nubes bajas que cubre la ciudad.
La marea estaba bajando y me dirigí hacia la barra, sobrevolando los fondos arenosos, tendido sobre la superficie, como un ballenato cansado. El agua estaba en calma mientras el sol comenzaba a calentar.
Llegué hasta donde la barra se rompe, entre Los Lisos y la Peña de la Vieja, dejando paso a la entrada del oleaje. El mar se tintaba de verde esmeralda y, en un rapto de cordura, me quité el bañador, quedándome desnudo, libre ante el cielo y el mar, lejos de los ojos pudendos de los bañistas de la orilla y a años luz de mi “entidad bancaria”.
Quizás mañana le pida el préstamo a algún honrado comerciante fenicio de la época de Asterix o siga yendo en el seiscientos, que es mejor.

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