sábado, 17 de mayo de 2008

ENTRE LINEAS Y LETRAS

INICIO DE SINGLADURA
CUADERNO DE BITÁCORA

Para iniciar este cuardeno de bitácora incluyo copia del texto que escribí (y después conté de otra manera, como un narrador de historias debe) el día de la presentación en sociedad del libro "El anillo del pulpo" (Gracias a Jorge Liria de www.anroart.com ) en el Gabinete Literario de Las Palmas de Gran Canaria.



DE GLOSARIOS Y CORSARIOS, DE LIBROS Y DE UTOPÍAS.

“El anillo del pulpo” es un libro de aventuras que alguna vez quise presentar a un concurso de literatura juvenil. Esto no quiere decir que esté exclusivamente destinado a ese público Los libros más leídos de la literatura universal han sido catalogados como “juveniles” por la costumbre del siglo XX de reducirlos y ofrecerlos en ediciones abreviadas para las lecturas escolares. Cualquiera de los asistentes a este acto recordará con agrado aquellos libros leídos en la infancia y la juventud: Julio Verne, Alejandro Dumas, Hermann Melville, William Dafoe y otros, han hecho inmortales a muchos caracteres y arquetipos que todos reconocemos. Pero ninguno de sus autores hubiese estigmatizados sus creaciones como “literatura juvenil”.

Este libro que hoy les presento, además, tiene una historia aventurera y azarosa como los caracteres que la pueblan. Fue escrito y publicado hace más de una década; pero nunca llegó a distribuirse en su ámbito natural: en Canarias. Se convirtió en un libro fantasma: escrito y editado, perdido y vuelto a encontrar; pero nunca distribuido al público.

Después de una década, mi amigo Jorge Liria ha conseguido convencerme para volverla a la vida, rehabilitando al pirata Van Venlo, y ofrecerla a los lectores de Canarias. Llega de nuevo a la luz en un tiempo donde lo que la novela describe se ha hecho realidad, superada, corregida y aumentada, a lo ancho y largo de nuestra geografía. La destrucción de la costa se ha extremado en estos pasados años, la especulación gobierna en Canarias, los valores tradicionales desaparecen con las influencias externas y el materialismo erosiona paisajes y personas.

El origen de este libro se remonta a muchos más años de los que mi memoria quisiera recordar, cuando vi desde el mar, montado en la proa de un artesanal de Arguineguín, como volaron los acantilados de Mogán para rellenar lo que hoy es el puerto que algunos vendieron como pesquero. La explosión me quebró en mil pedazos que no creo haber rehecho. E, incluso hoy, me sigo estremeciendo cada vez que entro en la cuenca de Mogán. La nube explosiva del aquel medio día terrible permaneció en el aire durante un tiempo que me pareció interminable. Cuando se disipó vi como los acantilados mostraban una cicatriz de doscientos metros de largo, descarnando el basalto, con muchas toneladas de material sobre el veril.

Aunque a veces he querido olvidarlo, corría el mes de agosto del año 1982 y tenía veinte quilos menos, mucho más pelo, más atrevimiento más ilusión, sobre todo, la esperanza de que el mundo podría ser mejorado; cambiado desde la escuela, la educación y la cultura. Por eso me hice maestro. La voladura de los acantilados de Mogán, créanme, quebró algo más que muchas toneladas de la serie basal. Esa voladura se llevó por delante mi inocencia.

En junio, dos meses antes de la voladura de los negros riscos de basalto, había estado con otros dos entusiastas amigos buscando la “Cueva del Rey”, con el manual de don Víctor Grau-Bassas i Mas, “Viajes de Exploración a Diversos Sitios y Localidades de la Gran Canaria”, bajo el brazo, buscando el estrecho paso que nos llevaría a la Cueva. Éramos tres jóvenes que apenas alcanzábamos la veintena, pero estábamos en forma y curtidos por múltiples pateadas buscando yacimientos arqueológicos, playas fósiles o insectos extraños a lo largo y ancho de la Gran Canaria.

Jesús Cantero Sarmiento –sabedor del destino de los acantilados- nos había hablado del texto de Grau Bassas y nos animamos a buscar el Paso del Rey, después de leer el libro.

Cuenta el explorador catalán como un pastor de Mogán le había llevado en siglo XIX hasta la cueva colgada sobre el acantilado, diciéndole que el rey de la isla debía mostrar su valor llegando hasta la cueva por una estrecha vereda, de un pie de ancho, caminando unos trescientos metros pegado al risco y a más de 50 metros sobre el mar para recoger un gánigo de barro. Esa era la prueba que debían superar los reyes de la Gran Canaria para mostrar su valor.

Una mañana de Junio de 1982, Javier Gil, Paquito Peinado y yo buscamos el “Paso de Rey” bajo un torreón aborigen situado encima de las casas del Puerto de Mogán. La línea de voladura se encontraba algunos cientos de metros más hacia el oeste. Los operarios llevaban algunas semanas perforando barrenos al borde de los acantilados y algunos de sus vehículos estaban como vigías cerca del mismo. Había muchas veredas de cabra que zigzagueaban por la ladera. Después de un rato dimos con un camino estrecho que se perdía en la pared del acantilado en dirección al oeste. Nos pareció el más adecuado conforme a la descripción del libro.

Había cagarrutas de cabra y parecía ser transitable. Caminamos uno tras otro con inconsciencia y cierto cuidado mientras nos adentrábamos en la vereda. Al principio el camino permitía un paso cómodo por una senda de medio metro de ancho. Según se adentraba en el acantilado sobre el mar se estrechaba por momentos.

Estábamos en el tercio superior de los acantilados de basalto y ya habíamos avanzado unos cien metros desde el inicio de la vereda. Veíamos el mar a nuestros pies, rompiendo con suavidad contra base de los paredones de basalto, formando un veril cubierto de aguas verdosas. El sendero mostraba algunas cuevas de pardelas excavadas en el risco y con cada metro que avanzábamos se estrechaba cada vez más. No había viento y el sol caía directamente sobre nosotros. La vista estaba limitada por la típica formación columnar del basalto, no pudiendo columbrar mucho más allá de un par de metros. Empezamos a preocuparnos porque no llevábamos material de escalada que nos permitiera asegurarnos en caso de perder pie. Cuando estábamos empezando a dudar de nuestra cordura y de la oportunidad de haber emprendido el “Paso del Rey” sin medidas de seguridad, nos encontramos que el camino desaparecía tras un recodo.

Un poco más allá no había nada sino una fuga directa hasta el mar que lamía el pie del acantilado. Un derrumbe había hecho caer el “Paso del Rey”. No pudimos salvar el espacio y retrocedimos lentamente con la frustración, no sólo por no haber podido alcanzar la cueva donde el rey de la Gran Canaria debía probar su valor, sino a sabiendas de que todo aquello que pisábamos iba a desaparecer para siempre unas semanas más tarde.

Sin haber podido encontrar argumentos para evitar la destrucción de los acantilados, la voladura fue inevitable. En cinco minutos cayeron toneladas de roca, arrastrando la Cueva y el Paso del Rey de la Gran Canaria. La nube que rodeó los acantilados nunca se ha disipado del todo de mi vista. Procuro evitar el Puerto de Mogán en mis recorridos por la isla. A veces he dirigido una mirada furtiva desde lo alto de la Cañada de los Gatos en dirección al torreón aborigen que sobrevive entre antenas de televisión y telefonía móvil mirando un puerto que algunos llaman la Venecia Canaria. Yo lo llamaría de otra manera, pero me lo callo.

“El anillo del pulpo” recoge muchas vistas de la costa moganera antes de la caída de los acantilados, ciertos caracteres de personas que alguna vez conocí, algunas visiones submarinas de Fuerteventura , donde me fui algo más tarde y el mar por doquiera; el mar en el recuerdo del exilio. La luz transparente de Canarias en la memoria del invierno de Europa.

Todo ello se encuentra en el manuscrito, fundido con la preocupación creciente por el futuro del territorio, la perplejidad por la política a porcentaje, la irritación por la destrucción de valores en personas y paisajes. El anillo del pulpo es un libro naïve, lo reconozco. Tiene la inocencia de la juventud perdida. Tiene un final feliz; pero es un final donde los seres humanos ya no intervienen. Sólo la naturaleza: una tormenta, un maremoto y la erupción de un volcán, la explosión del volcán que yo llamé Van Venlo en honor a la ciudad limburguesa que fue mi hogar durante seis años, es quien pone fin a la desesperada lucha de quienes defienden el medio frente a los especuladores. Sólo la naturaleza le pone coto a los especuladores en mi libro.

He vivido lo suficiente para darme cuenta del ritmo de degradación del territorio. Cada año que pasa estas islas atlánticas donde vivimos se ven mordidas en su originalidad paisajística. La costa está sepultada y perdida en gran medida, el mar muestra crecientes señales de esterilidad, el asfalto y el cemento zigzaguean por doquier en dirección al último rincón de cada isla. Los recursos hídricos fósiles – a pesar de la bondad del pasado invierno- están esquilmados. Y además seguimos vertiendo al mar el agua que usamos. En suma, el suicidio ecológico programado.

El debate de la nacionalidad canaria, celebrado esta semana, no menciona prácticamente la situación del medio ambiente en Canarias. La mayoría de los políticos eluden referencias o pronunciamientos a temas claves sobre extracciones petrolíferas en nuestras aguas próximas o maniobras militares que matan a los cetáceos. Las moratorias turísticas aceleran la construcción como cruel paradoja de las leyes al servicio de los negocios y no al servicio de los ciudadanos. Las energías alternativas sólo sirven para que las concesiones se las lleven los amigos que crean empresas ad hoc. La lista es inacable.

Nadie quiere ver que nos estamos devorando a nosotros mismos. Estamos hipotecando nuestro territorio, dando mordidas a nuestros barrancos – (tenemos los mejores skylines del hemisferio, Cada ladera de nuestros barrancos forman líneas del cielo, horizontes únicos, maravillosos en las tonalidades de la primavera canaria, cubiertos de tabaibas y cardones), Estamos sepultando la costa. Ya no quedan los barrancos que yo anduve en mis soledades juveniles: Mogán no existe más allá de Lomo Quiebre. El Medio Almud no sirve para medir granos. Taurito está lleno de agujeros de golf y urbanizaciones, Amadores está pintado de blanco granuloso, Mejor no sigo. Todavía queda Veneguera amenazada por los amigos de algún político que ha pasado por casi todos los partidos y todas las piedras, buscando indemnizaciones multimillonarias…

En fin, no quiero cansarles, me está saliendo un discurso pesimista que no quería; solo presento un libro de literatura juvenil, casi pasado de moda, muy naïve, de final feliz Esperemos que nuestras islas no pasen de moda también. Que nos demos cuenta y reaccionemos a tiempo. Vivimos en un territorio finito que no soporta nada más que un número finito de personas con sus infraestructuras correspondientes. La época de los negocios desarrollistas y especulativos tiene que concluir ya y ser substituidos por políticas de modelos conservacionistas y de desarrollo sostenible.

Este es el debate crucial: el de nuestra supervivencia armónica con el medio. No podemos esperar que unas erupciones volcánicas nos solventen los dilemas. Debemos, todos, tomar conciencia de la gravedad del problema y crear las condiciones sociales y políticas necesarias para que los próximos debates sobre la nacionalidad canaria incluyan la protección integral de nuestras islas.

Cuando decidimos volver a editar el libro que hoy les presento, alguien opinó que el libro tenía muchos términos “raros” y me aconsejó que hiciera un glosario para aclarar a los lectores de esta supuesta novela juvenil lo que significaban palabras como nasa, apnea o farallón. Estuve un par de días dándole vueltas al asunto e, incluso, me puse a escribirlos.

Después de un par de páginas de glosarios y de corsarios me di cuenta que este libro es algo más que una novela para adolescentes; este es un libro para aquellos que todavía no han olvidado la juventud, aquellos que creen y luchan por ideales que otros dieron por perdidos. Este libro va dedicado a aquellos que creen en un mundo mejor y en las utopías. Aquellos que se arriesgan cada día a buscar los “pasos del rey” ocultos en la brega diaria. Y esos no necesitan de glosarios, esos saben leer entre líneas, averiguar lo que dicen las palabras y lo que callan los silencios. A ellos dedico este libro.


Gracias por escuchar esta presentación.



Antonio Cabrera Cruz


Las Palmas de Gran Canaria, 31 de marzo de 2005

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