No sé si el amable
lector conoce mis aficiones, pero sabrá de alguna de ellas si sigue
leyendo. Entre las más caras -tanto por dinero como por cariño-
figura mi pasión por los coches clásicos; aunque más de uno me ha
recordado, no sin razón, que los míos son simplemente “coches
viejos”. Esta pasión es, como todas las aficiones irracionales,
tanto placer como tormento, bien entremezclados e indisolubles.
Hace bastante tiempo que
el vicio andaba aletargado entre la racionalidad y la falta de
liquidez económica. Aunque recientemente parece que el exterior se
ha confabulado para volver a recordármelo, reavivando la llama que
ardía soterrada en el sótano de casa.
Pues bien, “ahora más
allá” -me gusta el canarismo- le compré una piezas de frenos de
un rarísimo FIAT 130 Coupé Pininfarina de 1974 a un señor belga
que las ofrecía por internet. Como podrán suponer, poseo un
ejemplar de tal vehículo que espera su restauración en algún
garaje perdido. Se lo compré, en un arranque de locura, a un taxista
que lo tenía arrimado -otro canarismo- con el cárter roto y no sé
qué más problemas. Después de la adquisición estuve un cierto
tiempo recopilando repuestos para poder devolverlo a la vida. Eso
sólo fue el principio de una azarosa aventura, que me llevó a
recorrer muchos kilómetros, gastar mucho dinero y hacer una tarea
detectivesca localizando repuestos y supervivientes de esa serie de
coches de la FIAT en Canarias.
Ese trabajo se
interrumpió después de varios años durante los cuales me dediqué
a la compra compulsiva de varios ejemplares de FIAT 130, unos
moribundos, otros mutilados y alguno en estado comatoso. También
compré restos de stock en varios garajes que habían conservado
repuestos para los malhadados vehículos. Después de muchos meses
terminé con dos vehículos completos con posibilidades de
recuperación y varias toneladas de piezas usadas con las que
resucitarlos. Tras la fiebre inicial y muchas vicisitudes que le
ahorraré al lector, el proceso quedó interrumpido sin fecha de
continuación.
Pero, como decía más
arriba, el destino tiene designios inescrutables y el señor belga a
quien le había comprado los frenos, me dijo que visitaría Gran
Canaria el pasado mes de febrero. Así que le busqué un hotel en Las
Canteras y le ofrecí un poco de hospitalidad isleña, haciéndole de
buen anfitrión en su estadía invernal. Le enseñé mis coches y lo
paseé por algunos museos de automóviles clásicos de la Isla. Lo
acompañé a algunos campos de golf que yo mismo no conocía y lo
invité a almorzar en una cueva restaurante: el colmo del exotismo.
Pensé que con eso
cumpliría con mi deber. Pero para mi sorpresa me ofreció un trato:
me dijo que estaba desprendiéndose de sus coches en Bélgica y que
me remitiría su propio “stock” de piezas del FIAT 130. Al
principio, y en mi neerlandés oxidado, le respondí que no andaba
muy bien de finanzas y que no podría comprarlos. Además casi me
había aburrido de mis coches y pensaba quitarlos al mejor postor.
Su respuesta me
sorprendió: Se mostró horrorizado y me dijo que le gustaría
subirse en Gran Canaria a un FIAT 130: uno d ellos míos reparado con
sus piezas y, además, no quería que le pagara con dinero. Se
contentaría con poderse quedar un par de semanas en mi casa. ¡Un
trueque! ¡Las piezas del 130 a cambio de dos semanas otoñales en mi
casa! Yo que he cambiado un corte de pelo por un libro y hasta alguna
estampa de Gallego, el defensa del Barça de los sesenta, por otra de Tonono, Guedes o Germán, ahora me veía
confrontado con otro reto de trueque.
Al principio pensé que
estaba de broma, pero no. No era una broma, era un trato entre dos
honorables comerciantes fenicios (Gracias, Asterix). Mi nuevo amigo
(o algo así) me proponía un trato tentador: yo recibiría media
tonelada de piezas del FIAT 130, entre ellas la biblia: el manual de
reparaciones original de fábrica, y él se acomodaría en mi casa -y
sobre todo en la soleada terraza de la azotea ¡Están locos por el
sol estos pálidos europeos! (Asterix, de nuevo).
Así que, después de
varias peripecias y aplazamientos, por fin han llegado las mercancías
y los belgas. Primero aterrizó el matrimonio procedente de Bruselas
y unos días más tarde un envío marítimo de cuatro cajas metálicas
desde los muelles de Amberes, cargadas de chatarras varias. El belga
había usado cuatro baúles metálicos para embalar y estibar los
repuestos y, camuflados entre ellos, incluso, un juego completo de
palos de golf.
Cuando llegamos al
tinglado del muelle para recoger la carga -tras pagar servicios de
tránsito, impuestos varios y propinas a los que nos ayudaron a
manipularla- me llevé una sorpresa mayúscula cuando mi amigo Willem
(ahora lo puedo considerar así) me dijo que los arcones metálicos
eran de la época colonial belga en el Congo.
No sé si me
sorprendieron más la tornillería bruñida al cadmio, las culatas
preparadas para montar o el carburador perfectamente reparado o las
maravillosas cajas donde habían venido desde Brujas. Willem me
aclaró que las cajas tenían casi un siglo de uso y habían servido
para enviar todo tipo de mercancías entre Bélgica y la colonia
africana. Incluso me insinuó que alguna vez quizás se hubieran usado para enviar
diamantes en bruto.
Los cofres permanecen en
mi sótano, esperando a que ordene las piezas y luego las escrutaré
para ver si puedo extraer el polvo de diamante para elaborar alguna
buena historia. Y si decido cambiar de afición, también los palos
de golf quedan a mi disposición.
2 comentarios:
Antonio amigo. te lamentas de dejarte llevar de tu afición por los coches antiguos y en esa afición subyace otra mas imperiosa, que es la de dar vida a una maquina que ya no tiene solución y aquí como tu bien dices, la necesidad del empeño hace de detectivesca indagación y el urdir el plan para conseguirlo. Me imagino la emoción cuando se siente el rugido del motor, largando los aceites viejos, el hollín y el oxido por el escape. Las aficiones son necesarias para realizarse, en los tiempos perdidos que son los verdaderos tiempos. Cuando nos absorbe la intención y el ingenio de cada cual, donde los logros son metas. A mi me paso un capitulo de toda esta afición tuya con un Triumph Herald, (nombre buscado para escribirlo correctamente, el canario antiguo no puede con pe haches…) En mi lejana juventud a mi hermano se le rompió la caja de cambios; le regalaron una, no tenia perras para arreglarlo y yo me ofrecí a darle solución. En un improvisado taller en la calle, en un fin de semana se la pusimos yo antes como tu, había preguntado y repreguntado para acometer la tarea. “ Estaba apalancando con un pico para tierra y risco cuando un bendito entrometido me dijo: ¡ No, así no, tienes que subir el motor con el gato y entra sola!”. Cuando probemos el coche fue una satisfacción tal, que químicamente quedo gravada para siempre en la memoria del cerebro y la posterior hartera de ron cubano. Como final todas las aficiones son caras la cacería, el futbol, el alpinismo, el coperío por bares y hasta en misa te pasan la bandeja. Lo mas importan te es ser feliz o almenes intentarlo.
Pedro Dominguez Herrera
Maestro Pedro: uno debe ser un amateur, o sea un amante, para ser feliz. Se debe amar lo que se quiere y estar dispuesto a querer lo que se ama. La clave de la felicidad está por los "tiempos perdidos" que se deben encontrar para no estar perdido sin remedio.
Un fuerte abrazo.
P.S. Todavía sabes dónde está el Herald? Por si fuera necesario rescatarlo, ya sabes...
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