viernes, 5 de octubre de 2012

Los cofres del Congo Belga y mis coches

No sé si el amable lector conoce mis aficiones, pero sabrá de alguna de ellas si sigue leyendo. Entre las más caras -tanto por dinero como por cariño- figura mi pasión por los coches clásicos; aunque más de uno me ha recordado, no sin razón, que los míos son simplemente “coches viejos”. Esta pasión es, como todas las aficiones irracionales, tanto placer como tormento, bien entremezclados e indisolubles.




Hace bastante tiempo que el vicio andaba aletargado entre la racionalidad y la falta de liquidez económica. Aunque recientemente parece que el exterior se ha confabulado para volver a recordármelo, reavivando la llama que ardía soterrada en el sótano de casa.

Pues bien, “ahora más allá” -me gusta el canarismo- le compré una piezas de frenos de un rarísimo FIAT 130 Coupé Pininfarina de 1974 a un señor belga que las ofrecía por internet. Como podrán suponer, poseo un ejemplar de tal vehículo que espera su restauración en algún garaje perdido. Se lo compré, en un arranque de locura, a un taxista que lo tenía arrimado -otro canarismo- con el cárter roto y no sé qué más problemas. Después de la adquisición estuve un cierto tiempo recopilando repuestos para poder devolverlo a la vida. Eso sólo fue el principio de una azarosa aventura, que me llevó a recorrer muchos kilómetros, gastar mucho dinero y hacer una tarea detectivesca localizando repuestos y supervivientes de esa serie de coches de la FIAT en Canarias.
Ese trabajo se interrumpió después de varios años durante los cuales me dediqué a la compra compulsiva de varios ejemplares de FIAT 130, unos moribundos, otros mutilados y alguno en estado comatoso. También compré restos de stock en varios garajes que habían conservado repuestos para los malhadados vehículos. Después de muchos meses terminé con dos vehículos completos con posibilidades de recuperación y varias toneladas de piezas usadas con las que resucitarlos. Tras la fiebre inicial y muchas vicisitudes que le ahorraré al lector, el proceso quedó interrumpido sin fecha de continuación.

Pero, como decía más arriba, el destino tiene designios inescrutables y el señor belga a quien le había comprado los frenos, me dijo que visitaría Gran Canaria el pasado mes de febrero. Así que le busqué un hotel en Las Canteras y le ofrecí un poco de hospitalidad isleña, haciéndole de buen anfitrión en su estadía invernal. Le enseñé mis coches y lo paseé por algunos museos de automóviles clásicos de la Isla. Lo acompañé a algunos campos de golf que yo mismo no conocía y lo invité a almorzar en una cueva restaurante: el colmo del exotismo.

Pensé que con eso cumpliría con mi deber. Pero para mi sorpresa me ofreció un trato: me dijo que estaba desprendiéndose de sus coches en Bélgica y que me remitiría su propio “stock” de piezas del FIAT 130. Al principio, y en mi neerlandés oxidado, le respondí que no andaba muy bien de finanzas y que no podría comprarlos. Además casi me había aburrido de mis coches y pensaba quitarlos al mejor postor.

Su respuesta me sorprendió: Se mostró horrorizado y me dijo que le gustaría subirse en Gran Canaria a un FIAT 130: uno d ellos míos reparado con sus piezas y, además, no quería que le pagara con dinero. Se contentaría con poderse quedar un par de semanas en mi casa. ¡Un trueque! ¡Las piezas del 130 a cambio de dos semanas otoñales en mi casa! Yo que he cambiado un corte de pelo por un libro y hasta alguna estampa de Gallego, el defensa del Barça de los sesenta, por otra de Tonono, Guedes o Germán, ahora me veía confrontado con otro reto de trueque.

Al principio pensé que estaba de broma, pero no. No era una broma, era un trato entre dos honorables comerciantes fenicios (Gracias, Asterix). Mi nuevo amigo (o algo así) me proponía un trato tentador: yo recibiría media tonelada de piezas del FIAT 130, entre ellas la biblia: el manual de reparaciones original de fábrica, y él se acomodaría en mi casa -y sobre todo en la soleada terraza de la azotea ¡Están locos por el sol estos pálidos europeos! (Asterix, de nuevo).

Así que, después de varias peripecias y aplazamientos, por fin han llegado las mercancías y los belgas. Primero aterrizó el matrimonio procedente de Bruselas y unos días más tarde un envío marítimo de cuatro cajas metálicas desde los muelles de Amberes, cargadas de chatarras varias. El belga había usado cuatro baúles metálicos para embalar y estibar los repuestos y, camuflados entre ellos, incluso, un juego completo de palos de golf.

Cuando llegamos al tinglado del muelle para recoger la carga -tras pagar servicios de tránsito, impuestos varios y propinas a los que nos ayudaron a manipularla- me llevé una sorpresa mayúscula cuando mi amigo Willem (ahora lo puedo considerar así) me dijo que los arcones metálicos eran de la época colonial belga en el Congo.

No sé si me sorprendieron más la tornillería bruñida al cadmio, las culatas preparadas para montar o el carburador perfectamente reparado o las maravillosas cajas donde habían venido desde Brujas. Willem me aclaró que las cajas tenían casi un siglo de uso y habían servido para enviar todo tipo de mercancías entre Bélgica y la colonia africana. Incluso me insinuó que alguna vez quizás se hubieran usado para enviar diamantes en bruto.

Los cofres permanecen en mi sótano, esperando a que ordene las piezas y luego las escrutaré para ver si puedo extraer el polvo de diamante para elaborar alguna buena historia. Y si decido cambiar de afición, también los palos de golf quedan a mi disposición.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Antonio amigo. te lamentas de dejarte llevar de tu afición por los coches antiguos y en esa afición subyace otra mas imperiosa, que es la de dar vida a una maquina que ya no tiene solución y aquí como tu bien dices, la necesidad del empeño hace de detectivesca indagación y el urdir el plan para conseguirlo. Me imagino la emoción cuando se siente el rugido del motor, largando los aceites viejos, el hollín y el oxido por el escape. Las aficiones son necesarias para realizarse, en los tiempos perdidos que son los verdaderos tiempos. Cuando nos absorbe la intención y el ingenio de cada cual, donde los logros son metas. A mi me paso un capitulo de toda esta afición tuya con un Triumph Herald, (nombre buscado para escribirlo correctamente, el canario antiguo no puede con pe haches…) En mi lejana juventud a mi hermano se le rompió la caja de cambios; le regalaron una, no tenia perras para arreglarlo y yo me ofrecí a darle solución. En un improvisado taller en la calle, en un fin de semana se la pusimos yo antes como tu, había preguntado y repreguntado para acometer la tarea. “ Estaba apalancando con un pico para tierra y risco cuando un bendito entrometido me dijo: ¡ No, así no, tienes que subir el motor con el gato y entra sola!”. Cuando probemos el coche fue una satisfacción tal, que químicamente quedo gravada para siempre en la memoria del cerebro y la posterior hartera de ron cubano. Como final todas las aficiones son caras la cacería, el futbol, el alpinismo, el coperío por bares y hasta en misa te pasan la bandeja. Lo mas importan te es ser feliz o almenes intentarlo.
Pedro Dominguez Herrera

RUIDO dijo...

Maestro Pedro: uno debe ser un amateur, o sea un amante, para ser feliz. Se debe amar lo que se quiere y estar dispuesto a querer lo que se ama. La clave de la felicidad está por los "tiempos perdidos" que se deben encontrar para no estar perdido sin remedio.
Un fuerte abrazo.
P.S. Todavía sabes dónde está el Herald? Por si fuera necesario rescatarlo, ya sabes...