Cuando empiezo a escribir estas
notas es el 10 de diciembre – le confieso al lector que ni yo mismo sé si lo
acabaré hoy, mañana, pasado o nunca, que de todo me ocurre antes de “colgar”
estos articulitos en el cadalso cibernético; pero lo difícil es empezar y eso
ya lo hago en esta apertura de ajedrez literario-. Como decía, hoy es 10 de
diciembre, tradicional fecha en la que se hace entrega de los premios Nobel ,
casi todos en Suecia, excepto el de la Paz que se entrega en Noruega.
Este último, acaban de recibirlo
los representantes de la Unión Europea, a quienes les han otorgado el galardón
denominado de la Paz. Después de pelearse entre sí por las cuarenta plazas
asignadas a las distintas instituciones europeas; a saber: la Comisión, el
Parlamento y el Consejo, ha llegado una delegación abigarrada vestida de frac y
traje de fiesta para participar de la ceremonia y de los fastos que durarán dos
días. Entre ellos no estarán los más dignos: o sea aquellos que no hayan
querido entrar en la trifulca y no hayan sido beligerantes como debía
corresponder a un acto “pacífico”.
Don Mariano Rajoy se aseguró un
puesto en la fiesta, como corresponde a su alta alcurnia, habiendo confirmado
con antelación su presencia en la segunda fila. Desde allí observó cómo le
hacían entrega a Durao Barroso, Van Rompuy y Martin Schulz de los diplomas,
medallas y el cheque por valor de 930.000 Euros.
Dicen que van a emplear el dinero
en varios proyectos de ayuda infantil en zonas de conflicto; pero nadie habla
del coste total del desplazamiento de esos 40 elegidos con sus respectivos
séquitos. Quizás porque nos ruborizaríamos o avergonzaríamos de nuestros
representantes. En fin, que ya tenemos para la Unión Europea el Nobel de la Paz
–al igual que Yasser Arafat, Isaac Rabin, Shimon Peres, Kissinger, Le Duc Tho,
Obama y otros caracteres de dudoso pacifismo. Aunque uno se asombraría todavía
más al recordar que entre los ex-aspirantes al premio Nobel de la Paz se
encontraron en su momento Adolf Hitler y Josef Stalin.
Dicen que el propio Alfred Nobel
se horrorizó del uso bélico de su dinamita y por eso creó la fundación que
lleva su nombre para premiar a aquellos que se han destacado en diversos campos
del saber: Economía, Física, Medicina, Literatura y de la Paz. Los suecos se han
reservado la adjudicación de las cuatro primeras disciplinas, reservando el más
polémico, el de la Paz, para sus hermanos noruegos.
En Escandinavia, sobre todo en
Suecia, hay una gran tradición y seguimiento de los nominados para los premios
anuales, como si se tratara de una carrera de sabios, de la que muchos saben y
discuten. Los medios ilustran sobre los méritos de cada uno de los aspirantes,
manteniendo la Academia Sueca de cada especialidad la máxima discreción sobre
sus deliberaciones.
El 10 de diciembre, aniversario
de la muerte del inventor, el país se paraliza y se prepara para seguir por
televisión las ceremonias de entrega de los galardones, que se han dado a
conocer en los meses previos, de las manos del Rey de Suecia.
En los oscuros principios de
diciembre, los suecos celebran encendiendo velas y luminarias una serie de
fiestas que dan brillantez a su país, frío y oscuro durante el largo invierno
nórdico: celebrando el día seis San Nicolás, que lleva regalos a los niños
desde España, el día diez los dichos premios Nobel y el día trece la Santa
Lucía, que anuncia la inminente llegada del solsticio de invierno. Es un mes
cargado de fiestas populares, a las que se han agregado de forma armónica la
entrega de los galardones del saber.
Uno no puede dejar de sentir
admiración y sana envidia por un pueblo que ha hecho de la entrega del premios
del saber y la cultura –dejemos fuera de esta designación al de la Paz- una
fiesta popular. Los premios Nobel, llenos de nobleza y justicia científica y cultural,
son una fiesta de todos, más allá del baile de gala en los salones del Palacio
Real.
Dicho esto, ni siquiera me atrevo
a comparar en voz alta con lo que hacemos en España con nuestras equivalentes
ceremonias: los premios Cervantes, el Día de la Constitución u otras fiestas
nacionales en un país que se desmorona entre la pérdida de credibilidad de los
políticos, la monarquía, la justicia, los bancos y las instituciones
democráticas.
2 comentarios:
Esto no lleva mas que un felicitarte, porque a todas luces es un buenísimo escrito. Que a parte de ser aleccionador; esta en una escritura clara fácil de entender pero con mucha verdad
Pedro Dominguez Herrera
Pedro, amigo:
Muchas gracias por tus lisonjas. La verdad es que a veces pienso en abandonar estas líneas entreveradas, pero la idea se desvanece cuando leo tus comentarios.
Aunque sea sólo para lectores como tú merece la pena seguir escribiendo.
Un abrazo.
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