Yo fui de esos niños tranquilos,
de los que no causan líos, salvo aquellos motivados por su timidez, su pachorra
o sus ausencias. La niñez la pasé solitario, metido entre libros o tirado en
los prados contando las patas de las hormigas –mi madre “dixit”- u observando
con la precisión de mis ojos miopes lo infinitamente pequeño y las letras
místicas de Borges.
Tardé mucho en levantar la vista
a los horizontes lejanos, a lo próximo y los prójimos. "Gracias" a un estúpido
oftalmólogo de la Seguridad Social, que tardó en darse cuenta de mis problemas
visuales más de lo oportuno, me demoré en llevar unas gruesas gafas que me
permitieran ver el borroso mundo exterior, detrás de un culo de botella
graduado.
La prótesis visual me permitió
ver con nitidez. Lo hice con la misma curiosidad y
perplejidad de entomólogo con la que otrora observara lo cercano, descubriendo
lo próximo y lo lejano. Recuerdo que me llamaban la atención la suciedad de las
paredes de mi ciudad, las caras arrugadas y las miradas tristes. Pero también
me maravilló el océano y los perfiles de las montañas de la Cumbre, más allá de
la montaña Codeso y los Roques del Saucillo.
Llevar lentes correctoras me
permitió ver el mundo exterior con mayor confianza y eso me movió a querer
explorar ese nuevo mundo que se abría delante de mí: ya no sólo quería radiar
los duelos de la Unión Deportiva, quería jugar al fútbol como Juanito Guedes o
correr la Maratón como Emil Zátopek o Abebe Bikila y no sólo escribir como
Salgari o Stevenson.
Me volví “desinquieto” (no puedo remediar el canarismo contradictorio) sin dejar
de ser estoico. Una combinación del Americano Impasible, Robinson Crusoe y Deckard, el blade runner,
persiguiendo replicantes y diletantes. Vi mucho cine y rompí unas cuentas gafas,
intentando convertirme –en vano-en estrella del baloncesto o as del balompié.
También corrí por playas y montes, bajé al fondo del mar y me colgué de un
periscopio estelar.
Esa inquietud me acompaña hasta
hoy, aunque no haya logrado tocar las estrellas, cuando sigo mirando las patas de las
hormigas o de las pulgas que nos plagan. Además la edad me ha hecho crítico,
mordaz y hasta sarcástico, lo cual vale tanto para escribir entre líneas como
dentro de ellas.
El otro día tenía un catarro con
toses y fiebres que no se bajaron durante el fin de semana, así que se me
ocurrió ir al médico. El buen hombre, sin mirarme a los ojos, me auscultó, me
miró el interior de mi maltrecha garganta, comprobó que mi nariz estaba
congestionada y se sentó sin mediar palabra para escribir en su ordenador.
Como no veía lo que estaba
escribiendo, me fijé en su cara: estaba concentrado en lo que hacía, frunció el
ceño durante unos segundos, con actitud de preocupación y miró mi cara
desaliñada, con barba de tres semanas, con gesto de desaprobación.
Me temía lo peor mientras que
aquel heredero de Galeno esperaba que saliera la hoja de la impresora con su
diagnóstico y la prescripción médica: me la alargó diciendo: guarde cama un par
de días, tómese la medicación y vuelva por aquí en caso de que no mejore.
A mí todo aquello no me pareció
muy tranquilizador: Me prescribía aceltilcisteína, paracetamol y budesonida,
según principios activos de nombres farmacéuticos , casi cabalísticos, pero que
más o menos me resultaban conocidos.
Lo más inquietante era el diagnóstico
con todas sus letras: ¡IRVA! Tenía un “irva” y confieso que no sabía qué rayos
era aquello.
Las nuevas recetas son un peligro
para los enfermos hipocondriacos. Ya no son ilegibles como en los viejos
tiempos, donde el facultativo garabateaba de su puño y letra tanto el
diagnóstico como su prescripción. Ahora el ordenador se encarga de la
traducción instantánea de las crípticas letras médicas.
Aquello del “irva” me
intranquilizaba sobremanera, así que camino a la farmacia eché mano de ese
invento maléfico de los teléfonos móviles “inteligentes” y consulté a San
Google bendito que está en la red de redes, tecleando entre toses, IRVA. El
resultado fue tranquilizador: Infección Respiratoria de las Vías Altas. O sea,
un catarro de toda la vida.
No supe sin reír o llorar. El
doctor no se limitaba a llamar al benigno catarro con su nombre; lo denominaba
IRVA y ni siquiera se sonrojaba. La tendencia entre la profesión médica apunta
hacia ese objetivo: hacer difícil lo fácil y complejo lo incomplejo. Si usted
tiene un catarro o una laringitis le van a decir que tiene un IRVA, si tiene
una pulmonía, ya no le dirán que tiene neumonía –como se le denominaba hasta
hace bien poco- sino le dirán que tiene una IRVB, o sea que tiene una infección
respiratoria de las vías bajas.
Gracias a que todavía no estamos
en la campaña del IRPF o del IGIC o del IVA, pero las nuevas denominaciones
médicas parecen destinadas a asustarnos más de la cuenta por enfermedades, que
ahora sufriremos unidas a la correspondiente reducción salarial: Si usted tiene
un IRVA con prescripción de reposo durante tres días, tendrá la correspondiente
reducción salarial del 50% de su sueldo. Si tiene un IRVB con veintiún días de
baja laboral tendrá una reducción de sus emolumentos del 75% de su salario.
Parece que todo empieza a encajar
en este mundo decadente, donde las cosas no se llaman por su nombre para que
nos confundamos un poco más.
Después de ahondar en el tema y,
sin salirnos del mundo médico-farmacéutico, vemos como el copago sanitario va
unido a nuevos acrónimos dedicados a los iniciados: si usted oye que su
farmacéutico hablan de PRMs, entienda que hay Problemas Relacionados con el
Medicamento, o sea que si usted –por ejemplo- toma amlodipino para la
hipertensión y se le hinchan las piernas tendrá un PRM.
Aunque todavía más grave sería si
usted tiene un RNM, o sea un Resultado Negativo de la Medicación, como una
arritmia. Como se puede ver se está creando una terminología destinada a ser
confusa, una especie de “newspeak” o “neolengua” de aquella obra premonitoria
de George Orwell llamada 1984, donde la élite hablaba una versión "nueva" del inglés, sólo conocida por ella. Orwell aparentemente sólo se equivocó en unos
treinta años en el título de su obra.
Yo no sé si esta es una epidemia
de acrónimos destinados a confundir a los profanos o una carrera hacia unos
eufemismos irreconocibles que necesitan de una guía hasta para los iniciados, que hacen uso de ellos para obtener una ventaja sobre los demás.
En el terreno de la Enseñanza tampoco nos hemos librado del uso y abuso de los acrónimos. Como quiera que el informe
PISA ha puesto a la Enseñanza Pública de Canarias a niveles cercanos a los de
Zanzíbar o Pernambuco, los sesudos pensadores a sueldo de la Consejería, se han
puesto a modificar la forma en la que los docentes debemos programar,
utilizando los conceptos de lo que se ha venido a llamar Competencias Básicas.
Los documentos relativos al tema están llenos de acrónimos, acrósticos y
galimatías varios que requerirían de un estudio en profundidad y que dejo para
una próxima entrega de esta entrada.
Esta claro que el sistema
educativo canario y español necesita medidas que corrijan sus deficiencias. La
cuestión necesitaría un debate amplio, mucho más allá de lo que este modesto
escritor pretende con este artículo, pero los problemas educativos no se
resuelven exclusivamente cambiando la nomenclatura de los modelos programáticos
y sustituyéndola con una “neolengua” plagada de términos urdidos por
diseñadores de acrónimos.
George Orwell en “1984”, Aldous
Huxley en “Un mundo feliz” y Ray Bradbury en “Fahrenheit 451” reflejaron en sus
obras de ciencia ficción distópica las nuevas sociedades dictatoriales que
amenazaban el horizonte del siglo XX, manipulando y controlando las sociedades con instrumentos lingüísticos, de comunicación y control de masas.
Es posible que estemos viviendo los
primeros síntomas de que esa nueva sociedad totalitaria pueda hacerse realidad en el siglo
XXI.
2 comentarios:
Poner un comentario a un articulo tan bien urdido y que deja mucho que decir ya que el autor deja para otro día es simplemente para felicitarle y modestamente decirle que comparto su opinión. Que no es de extrañar la poca importancia que los profesionales de la medicina dan al lenguaje a la escritura en definitiva comunicar con el paciente. ¿Sera que se sienten dioses? O que no quieren que se les entienda en sus predicciones por temor a que se les reconozca en su poca sabiduría medica. A mi en una prueba radiológica se me diagnostico; “Megacauda” y no encontrado la definición del problema durante años y a los galenos que se lo he preguntado les suena a invención de la prescripción. Te felicito otra vez
Pedro Dominguez Herrera
Pedro,
Uno no debe decir siempre todo lo que sabe. Al menos de una vez. Siempre espero que los lectores lean "entre líneas" y deduzcan.
Discurrir y deducir son buenas actividades para evitar la anestesia mental y el deterioro neuronal. Lo de "megacauda" es prueba de que otros prefieren que el público sea ignorante para sentirse endiosados...
Yo, por mi parte, intento alejarme de esos "bajíos" y arrecifes en el conocimiento.
Un abrazo,
Antonio Cabrera Cruz
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