De
nubes, paquidermos y literatura
Cuando
alguien me pregunta de dónde procede la imaginación que uso para
escribir, suelo responder que es una de esas herencias intangibles
del lado materno de mi familia. Mi madre es una de las últimas
supervivientes de las narradoras orales que se han ocupado de
mantener la atención de generaciones de niños, antes de que la
televisión y otros medios alteraran la paz de las tardes familiares.
Recuerdo
la narración de incontables relatos que mezclaban los cuentos
clásicos con romances medievales, anécdotas y aventuras familiares
mezcladas con cuentos de brujas: desde el reloj del bisabuelo que fue
con él en un viaje de ida y vuelta a Uruguay y todavía hoy da las
horas en el zaguán de casa hasta saber el porqué los guirres
primero van al ojo del burro muerto y después al culo.
Mi
madre -que acaba de cumplir 84 años- es una maravillosa contadora de
historias y, aún hoy, narra con una lucidez envidiable las
peripecias que vivió en su niñez (mientras escribo esto me hago
promesa de intentar conservar sus historias, antes de que los tiempos
me lo hagan olvidar a mí o a ella).
Mi
hermano Juan también ha sido infectado de otra variante del arte: el
de la pintura. Él narra sus historias con óleo y lienzo, mientras
yo lo hago con las palabras.
Hemos
seguido caminos paralelos que algunas veces se han cruzado: y el
libro que hoy presentamos es buena muestra de ello: las ilustraciones
de la cubierta son cuadros originales de él y por aquí están,
ambientando este acto. Espero que los lectores de Kopi Luwak piensen
que el texto está al nivel de los cuadros.
El
arte de escribir consiste en tomar un gajo de nube – a ser posible
de alisio, aunque a veces el harmatán del Sáhara, la galerna
cantábrica o el cierzo del Ebro puedan sustituirlo cuales céfiros
divinos-, para después montarse en ellos hasta que se transformen en marfil.
Luego
uno puede decidir si el marfil se convierte en diente de narval,
mandíbula de Moby Dick, en unicornio, en colmillo de elefante o si
se desvanece en la sustancia donde todos los sueños anidan.
Ahora
que los reyes cazan furtivos y los políticos feroces abren las vedas
del Estado del Bienestar, uno duda entre dejarse llevar por un rabo
de nube (Gracias, Silvio) o lanzarse a la calle a tomar La Bastilla.
Me
debato en estos días entre la alegría por re-presentar Kopi Luwak,
la decepción política y el burbujeo creativo. Después de casi un
año de haber terminado la novela que hoy se presenta aquí y de
haber dejado la creación en estado de barbecho, empiezo a sentir el
cosquilleo de volver a coger la pluma y empezar otra novela.
Empieza
a vagar mi mirada entre las piedras de las paredes, buscando caballos
alados entre los claroscuros del basalto que decoran las paredes,
trazando los rumbos de los peces en el agua y mirando los ojos de mi
amor para confirmar la inspiración que me alimenta.
Recuerdo
cuando Kopi Luwak era sólo un embrión de novela, un par de
capítulos deslavazados y un guión mental donde empezaron a entrar
miles de piezas que había estado acumulando durante toda mi vida. En
algún momento entré en un trance creador del que no salí hasta
casi un año más tarde, con la novela terminada.
Centenares
de apuntes se empezaron a amontonar encima de mi escritorio, tochos
de mapas, datos, revistas y libros.
Me
entrevisté con las personas que poseían algunos de los datos que
necesitaba. También empleé miles de horas surcando la red de redes
para verificar dudas o averiguar lo que no sabía. De todo ello
empezó a manar un caudal de palabras que se convirtió en un río
que llegó hasta el manuscrito original.
Ese
manuscrito no se hubiera podido convertir en libro si no hubiese
existido Jorge Liria y su Editorial Anroart, que apostó por el libro
desde los primeros borradores. A él y a su hermano Noelia hay que
agradecerles que la parte comercial del libro haya sido posible.
También quiero agradecer a mis amigos César Montealegre y Antonio
Núñez el esfuerzo en revisar el manuscrito antes de darlo a la
impresión.
Belén,
mi mujer, fue la mayor sacrificada de todo este tiempo, pues no sólo
tenía que leer el manuscrito según era puesto en papel sino que
estaba privada de mi persona en los momentos -muchos- en los que
estaba abducido dentro de la historia.
Mientras
yo les cuento esto, ella está esperando con un par de pilas de
libros dispuesta a vendérselos a aquel que así lo desee.
Kopi
Luwak es el tercer libro que publico y representa mi madurez como
escritor. He intentado escribir una novela a la clásica usanza, sin
otras etiquetas que la de ser digna sucesora de las que escribían
Galdós, Cervantes o Verne.
(Con)tiene
una trama con historias de amor, aventuras, intriga, erotismo, acción
y un final apropiado a toda gran novela. Digo gran novela porque
estoy convencido que lo es. Está escrita con un lenguaje que
pretende atrapar al lector desde las primeras líneas y que lo anima
a querer saber más sobre Sumba y Bour Siiene, sobre Cándida de
Lasalle y Ilievsson.
Kopi
Luwak no tiene nada que envidiar a los grandes “bestsellers” del
momento, salvo en los asuntos de marketing. No ha sido editada por un
gran grupo editorial, no tiene una película que la sostenga y la
clase “cultureta” no le ha hecho ni caso.
Quizás
por eso merece que ustedes la lean, libres de todo prejuicio -incluso
de las palabras de quien les habla- y empiecen a leerla como yo la
empecé, copiando a Galdós:
“Los
ociosos caballeros y las damas aburridas que me han leído o me
leyeren, para pasar el rato y aligerar sus horas, verán con gusto
que en esta página todavía blanca pego la hebra de mi cuento,
copiando a Galdós, diciéndoles que todo empezó de nuevo cuando
volví a probar kopi luwak.
El
aroma llegó a mi memoria antes que el café a la taza. Una nube de
efluvios despertó mi recuerdo aletargado, puso en alerta mis
sentidos y erizó mi piel trayendo recuerdos oscuros. Estaba en la
inauguración de una exposición de cuadros, cansada de tanto besar
el aire vacío al lado de mejillas resbaladizas y de estrechar manos
tibias de gente fría. Me dolían los tobillos de los tacones que
llevaba lustros sin usar y, después de un par de horas de teatro, ya
no era capaz de repetir palabras corteses entre los canapés y el
cava(...)”
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