Algún amigo me ha preguntado que
qué estoy haciendo en estos primeros días del año 2013. Le he respondido con
uno de esos chascarrillos propios de mi madre, “haciendo por la vida como el
burro por la albarda”.
Y después me he parado a pensar
el significado profundo del término. Los nobles burros se utilizaron
tradicionalmente para hacer el trabajo duro y pesado de cargar con fardos y
mercancías hasta bien entrado el siglo XX e, incluso, para arar el campo, como
pude observar yo mismo en El Tablado de Juncalillo de Gáldar en el otoño de
1984. (Debo tener una diapositiva por algún sitio...)
Ese año estuve destinado en la
escuela unitaria que la nomenclatura de la naciente Consejería de Educación
denominaba Barranco Hondo de Arriba. Por aquellos pagos anduve un par de años,
enseñando en la escuela rural y aprendiendo de telares, cuevas antiguas y
pinares nuevos hasta que me dio por regresar a la ciudad dos años más tarde;
aunque eso sea parte de otra historia.
Pues bien, el comentario que le
hice a mi amigo me llevó a lomos de asno hasta la dureza de la vida en el
campo. En estos días las penurias no sólo las sufren los pocos pollinos que van
quedando en estas ínsulas atlánticas sino que somos las personas las que nos
hemos despertado de una aparente bonanza para afrontar una crisis sin
precedentes cercanos, erosionando el Estado Social de Bienestar hasta
convertido en una barranquera de desahucios, pérdidas de derechos y beneficios
sociales.
Después de sobrevivir al falso
fin del mundo maya, me encontré una boleta de multa en el cristal de uno de mis
coches “clásicos” (viejos, para los que no están avisados): Después de haberme
gastado unos dineros exagerados en repararlo, el pobre vehículo sigue sin estar
bien del todo y decidí dejarlo aparcado en la puerta de mi casa hasta ver si
los tiempos mejoraban y podía hacer frente a la reparación de la bomba de
embrague, la caja de la dirección hidráulica y alguna minucia más.
Como quiera que en mi calle no
hay demasiado tráfico y los pocos vecinos del lugar no tenemos problemas de
aparcamiento, lo he dejado algún tiempo allí (cuidando, eso sí, de limpiar con
regularidad los derredores y los bajos del coche para que los celosos
barrenderos no se quejaran).
A la espera de poder repararlo y,
dado que no tengo garaje para él, soporta con dignidad la intemperie a la
puerta de casa. Pero, hete aquí que un agente municipal de policía debió notar
que el vehículo no se movía demasiado y tiró de bloc de multas y le aplicó al
coche un oscuro artículo de la normativa municipal de vías y obras para
multarme con 80 euros por “dejar estacionado el vehículo más de 48 horas en el
mismo lugar”.
Me sentí, como se pueden
imaginar, enojado con el celo del agente y con los munícipes que tal normativa
han ideado y armándome de paciencia decidí recurrir la multa en cuestión,
argumentando parte de lo que aquí ya he contado y que además la calle donde
resido no es muy transitada ni aparcada por muchos vehículos y que la normativa
citada puede ser necesaria en otros barrios o en algunos de los centros
comerciales o residenciales de la ciudad pero no donde está mi coche de 1973
Redacté el recurso recurriendo a
los argumentos de un escribidor y no a los de un letrado, que no sé si el
letrado soy yo y el otro debe ser un abogado. Lo cierto es que mi recurso
abogaba por el sobreseimiento y archivo de la multa por injusta e
injustificada.
Por supuesto, soy consciente que
tengo tantas posibilidades de conseguir la anulación de la sanción como de que
el burro se libere de su albarda.
Dio la casualidad de que el día
que pude acercarme a uno de los registros municipales del Excelentísimo
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, era el 31 de diciembre de 2012.
Ese día, confieso mi ignorancia y
como veremos a continuación la de otros ciudadanos, nos encontramos con la
sorpresa de que todas las oficinas municipales estaban cerradas –sin aviso
visible- por puente o por que el año se acababa en pocas horas o por oscura
tradición. Todas estaban cerradas, excepto la central.
Así que después de primer chasco,
me dirigí a la sede central de las oficinas municipales, situada en el antiguo
hotel Metropole. Allí, el panorama era desolador: varias decenas de personas
esperaban su turno ante dos valientes funcionarias que hacían operativos y
lentos los registros. Además de ellas, sólo estaba un policía municipal con
cara de cansancio.
El edificio estaba sin otra
actividad que la del registro y, para colmo de males, no funcionaban las
pantallas que exponían los números de espera de turno.Aquello tenía una pinta
ominosa, quizás aumentada por unos carteles donde una guapa señorita con el
dedo índice sobre los labios nos decía: “Por el bien de todos, baje la voz”,
advirtiéndonos de que mejor nos quedábamos calladitos por si venía el hombre
del saco o si hablábamos mucho los Reyes Magos nos traerían carbón.
Yo no sé si fue el cartel o que
los que estábamos allí en civilizada espera nos íbamos intranquilizando con el
paso del tiempo y la lentitud con la que las dos funcionarias atendían a las
más de cuarenta personas, ya que la amenaza que aproximaba las trece horas del
cierre de las ventanillas se acercaba inexorablemente.
En eso llegó una tercera
funcionaria con cara de “yo me iba mejor a preparar los festejos de final de
año”, decidió decir aquello de “Que pase el siguiente”.
Ni que decir que nadie se movió,
pues la carencia de terminales para poder saber por qué número exacto iba “el
siguiente” impedía que ninguno de los presentes diese un paso al frente.
Lo peor ocurrió cuando la recién
llegada dijo: “pues si no viene nadie, yo me voy, que sólo vine para ayudar…”
Hubo un conato de motín
instantáneo: varios de los presentes nos levantamos diciendo que ella (ellos)
eran los encargados de controlar el orden de atención y no los ciudadanos que
estábamos allí sufriendo la falta de atención.
Quizás fue el espíritu navideño o
la buena voluntad del policía que llegó ostentando pachorra y mano izquierda o
que uno de los presentes con un arete de pirata en la oreja izquierda se prestó
para ir diciendo en voz alta el número de orden.
El asunto se fue calmando, sobre
todo, porque la cola se fue disminuyendo con rapidez, tanto porque la nueva
funcionaria de refuerzo incrementó en un 50% el ritmo anterior o porque muchos
habían abandonado la sala después de una espera descorazonadora.
Así que cuando llegó al número
74, me tocó el turno a mí y pude sellar el recurso a la multa, después de haber
perdido casi toda la mañana para que me la sellaran.
No me fui de allí sin tomar un
par de fotos del cartelito municipal recomendándonos que bajemos la voz. Así
que desde aquí hablo bajito y cuelgo esta entrada para quien quiera leer entre
líneas, lea. Porque lo que es la multa dudo que sea sobreseída, que es tiempo
de vacas flacas y el Ayuntamiento necesita recursos para cerrar los días 24 y
31 de diciembre, entre otras minucias, mientras la mayoría de ciudadanos deben
penar para ganarse el pan.